Razón crítica
Ciencia y tecnología: un panorama complejo en la Argentina libertaria.
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En un mundo que avanza a pasos acelerados hacia la digitalización, la inteligencia artificial, la biotecnología y la transición energética, la ciencia y la tecnología se han convertido en pilares del desarrollo. Países de todo el mundo destinan presupuestos crecientes a sus sistemas científicos y tecnológicos, reconociendo que la innovación no es un lujo, sino una necesidad estratégica. Sin embargo, en Argentina, bajo el gobierno de Javier Milei, el panorama es alarmante: el vaciamiento del CONICET, la parálisis del reactor CAREM-25 y el desfinanciamiento de ARSAT son sólo algunos síntomas de un rumbo que amenaza con marginar al país del futuro.
El derrumbe del CONICET: del orgullo al desmantelamiento.
El CONICET, considerado durante años como una de las instituciones científicas más prestigiosas de América Latina, atraviesa una de las crisis más profundas desde su creación en 1958. Entre diciembre de 2023 y julio de 2025, el organismo sufrió un recorte presupuestario superior al 40 % en términos reales. Los ingresos a la carrera de investigador se suspendieron por segundo año consecutivo y más de 4.000 puestos de trabajo se perdieron, dejando a cientos de científicos sin perspectivas dentro del sistema.
Las becas doctorales y posdoctorales, tradicionalmente una herramienta clave para formar investigadores en áreas estratégicas, se redujeron drásticamente. La Agencia I+D+i, que financia miles de proyectos de investigación en universidades y centros de todo el país, dejó de pagar compromisos asumidos, paralizando más de 2.000 proyectos vigentes. En marzo de 2025, 68 premios Nobel firmaron una carta abierta en defensa del sistema científico argentino, alertando que el país "se acerca a un precipicio del cual puede no haber retorno".
En lugar de reconocer esta alarma global, el gobierno avanzó con una lógica de ajuste que no distingue áreas sensibles. De hecho, se estigmatiza esta institución, de prestigio mundial, como una “cueva de ñoquis” sin siquiera haber hecho algún tipo de auditoría oficial y certera. La comunidad científica respondió con protestas multitudinarias, abrazos simbólicos a institutos y un grito unánime: "sin ciencia, no hay futuro".
CAREM-25: la joya tecnológica paralizada.
El CAREM-25, un reactor modular de diseño argentino, era hasta hace poco una de las apuestas más ambiciosas de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA). Concebido como un prototipo para exportar tecnología nuclear segura, autónoma y de bajo costo, el CAREM se estaba construyendo en Lima, provincia de Buenos Aires, con más del 75 % de componentes nacionales y cientos de ingenieros y técnicos involucrados.
Sin embargo, desde mediados de 2024, la obra comenzó a frenarse. Más de 230 trabajadores fueron despedidos y los plazos se estiraron. La CNEA reconoció que el CAREM podría quedar reducido a un modelo de demostración, sin proyección comercial.
El retroceso no es sólo técnico, sino político. En un momento en el que países como Canadá, Corea del Sur y Estados Unidos impulsan agresivamente los SMR (Small Modular Reactors) como parte de su transición energética y como nuevo mercado global, Argentina –con décadas de experiencia nuclear reconocida– renuncia a participar. Es un caso paradigmático de cómo una decisión presupuestaria puede interrumpir un proceso de innovación con valor agregado, empleo calificado y prestigio internacional.
ARSAT: la soberanía digital en riesgo.
ARSAT nació en 2006 como una empresa estatal de telecomunicaciones para garantizar soberanía digital, conectividad federal y servicios esenciales como la Televisión Digital Abierta y la Red Federal de Fibra Óptica. En 2014 y 2015, lanzó con éxito dos satélites geoestacionarios propios (ARSAT-1 y ARSAT-2), convirtiéndose en uno de los pocos países del mundo con capacidad satelital soberana.
Hoy, bajo el gobierno de Milei, la situación de ARSAT es crítica. Los salarios de sus trabajadores llevan más de un año congelados, con una pérdida del poder adquisitivo superior al 130 %. El convenio colectivo fue desconocido por el Estado, lo que provocó paros, protestas y retiros voluntarios masivos. Más del 15 % del personal técnico renunció o fue despedido.
El proyecto del satélite ARSAT-SG1, que tenía financiamiento internacional asegurado y planeaba ser lanzado en 2025, fue reprogramado para 2027 y podría quedar suspendido. Además, el gobierno propuso privatizar parcialmente la empresa, abriendo hasta un 49 % del capital al mercado. Mientras tanto, cientos de pequeñas localidades del interior comenzaron a sufrir desconexiones por la falta de mantenimiento e inversión.
¿Y el mundo qué hace? Invertir en conocimiento.
Mientras Argentina desmantela sus instituciones científicas, los países desarrollados avanzan en sentido opuesto. En 2024:
· Estados Unidos destinó más de $200.000 millones a I+D (2,8 % del PBI), reforzando áreas clave como microelectrónica, defensa y cambio climático.
· Corea del Sur invirtió 4,8 % de su PBI en investigación, siendo uno de los líderes mundiales en patentes y transferencia tecnológica.
· Alemania aprobó un plan decenal de €150.000 millones para ciencia e innovación, con énfasis en inteligencia artificial, movilidad eléctrica y energía verde.
· Incluso Brasil, bajo la gestión de Lula da Silva, anunció un plan de reactivación de su sistema científico con aumentos del 35 % en el presupuesto del CNPq y del Ministerio de Ciencia.
La lógica es clara: la ciencia no sólo mejora la salud, la energía o la producción, sino que es un generador económico. Cada peso invertido en I+D genera retorno económico, creación de empleo calificado y capacidades estratégicas.
¿Puede haber desarrollo sin ciencia?.
La respuesta es simple: no. Ninguna economía que haya alcanzado altos niveles de bienestar lo hizo sin invertir sistemáticamente en conocimiento. La ciencia es la base de la competitividad industrial, de la calidad educativa, de la salud pública y de la capacidad de adaptación a crisis como el cambio climático o las pandemias.
Argentina cuenta con una red de universidades, institutos, científicos y empresas tecnológicas capaces de insertarse en las cadenas globales de valor. Pero eso requiere un Estado que planifique, coordine y financie.
El actual modelo de ajuste indiscriminado que propone el gobierno de Milei pone en riesgo décadas de construcción institucional y de infraestructura científica. Destruir lleva meses. Reconstruir, como bien sabe la comunidad científica, puede llevar generaciones.
La ciencia argentina no necesita héroes ni mártires. Necesita política pública. Necesita inversión sostenida, planificación estratégica y respeto institucional. Mientras el mundo avanza con convicción hacia el futuro, Argentina de Milei parece darle la espalda al conocimiento. Pero no es demasiado tarde. Aún se puede elegir: apostar por la inteligencia colectiva o resignarse a la dependencia. El desarrollo, como la historia, siempre tiene una segunda oportunidad.
Julián Lazo Stegeman