Pbro. Jorge H. Leiva
El Soplo Divino es más sabio que todas las tormentas
Dicen tradiciones consideradas, dignas de crédito, que cuando los especialistas trazaban en nuestro sur entrerriano los recorridos de las vías -a fines del siglo XIX y al principio del siglo XX- preguntaban a los viejos lugareños acerca de las inundaciones en cada lugar: pero no sólo de las acostumbradas, que sucedían casi todos los años, sino también de las extraordinarias que tenían lugar quizá cada medio siglo.
Y aún hoy corroboramos cómo las vías del tren de nuestro departamento jamás se inundan. Por otro lado, sabemos que esta ciudad tiene lugares inundables y otros que no lo son, pero en el año 1959, cuando sucedió aquella inundación tan extraordinaria, los lugareños supieron cuáles son en realidad los lugares “a salvo” y en cuáles suceden los “diluvios universales”. A prestar atención a este detalle: no solamente se trata de averiguar las posibles inundaciones que suceden cada dos o tres años, sino también las que tienen lugar en ciclos más prolongados. Dicen –señalando otro ejemplo- que los lugareños de buena memoria que viven en zonas de terremotos aprenden a reconocer los lugares donde las personas pueden estar a salvo en los peligros.
Recientemente, los católicos hemos celebrado la Pascua, que es un lugar alto, libre de todos los diluvios, porque en la debilidad humana (a veces escandalosa) se edifica un monte alto al que no llegan los enemigos (así como en la antigüedad las ciudades eran edificadas en colinas para que no puedan ser invadidas con facilidad). La Historia de la Iglesia nos enseña que en veinte siglos de historia son posibles los desbordes de todos los arroyos que pueden impedir la marcha de la gente y de los frutos de la tierra y del trabajo, con anegamientos más o menos importantes. Por eso, hay que decir que El Soplo Divino, que hizo al Pueblo de Dios, es más sabio que todas las tormentas que anuncian aguaceros interminables, de modo tal que quienes permanecen en “las alturas- serviciales” de las vías eternas no padecen el colapso de la inundación que impide andar. (Ojo; existen también las alturas de los que no han desplegado su vocación de servicio y forman parte de las elites que nunca se implican por el bien común). Hoy, en medio de esta crisis de civilización con “colapsos educativos”, pobrezas crónicas, bancos que se caen, amenazas nucleares, nuevos autoritarismos, sujetos autoexplotados incapaces de juicios críticos, la falta de generosidad en la procreación que genera crisis demográficas, las ideologías que demuelen la familia, el obispo diocesano nos propone un año vocacional. Preguntémonos: ¿a qué altura nos subiremos para que no nos llegue a los tobillos la marea del tsunami? ¿Cómo se están gestando las vocaciones de servicio de las nuevas generaciones a favor de la verdad, el bien y la belleza; a favor de la justicia y el bien común? Y si algún joven lee esta página le digo: Contame, ¿cómo te estás preparando para poner en marcha la civilización del amor que soñaron profetas del siglo XX? ¿A qué terraplenes altos te estás subiendo para que no te llegue la inundación de la mediocridad, de las adicciones y de las ideologías que amenazan “llevarse todo puesto”? En este domingo de la Misericordia, ¡Felices pascuas!