Pbro. Jorge H. Leiva
Esperar en la Palabra
Había una vez un joven monje que le dijo a su padre espiritual “no leeré más la Biblia y los relatos acerca de los monjes porque olvido todo rápidamente”.
El anciano quedó en silencio: más tarde le dio un balde y le pidió al muchacho que le trajera agua del arroyo. Luego del trabajoso camino el joven constató que no llevaba nada porque el agua se le había filtrado en el sendero. Cuando le dijo esto al anciano éste le pidió que hiciera el mismo trabajo con el mismo balde.
Después de un rato el muchacho protestó impaciente por la “inutilidad” del procedimiento. Entonces el hombre mayor sentenció: “no has traído agua a mi casa pero has lavado el balde. Deja por lo tanto que pase por tu corazón la Palabra aunque no puedas retenerla; con el paso del tiempo tu interior estará purificado”.
Este día 26 celebramos el domingo de la Palabra de Dios por iniciativa del Papa Francisco para comprender cuán importante es la Palabra en la vida cotidiana del Pueblo cristiano. El lema elegido para la edición de 2025, dentro del Año Jubilar, es un versículo de un Salmo que dice “Espero en tu Palabra”: Se trata de un grito de esperanza pues el hombre, en el momento de angustia, de la tribulación, del sin sentido, grita a Dios y pone toda su esperanza en Él.
Hace unos años en torno a un sínodo en Roma se decía que la palabra tiene un acontecimiento que es la Revelación preparada en el antiguo testamento y manifestada en el nuevo, tiene un rostro que es el de Jesús, tiene una casa que es la Iglesia y tiene un camino que es la misión.
Notemos que la “casa de la Palabra” no es un libro llamado Biblia, es el Pueblo de Dios; por eso decían los antiguos padres: “La sagrada Escritura está más en el corazón de la Iglesia que en la materialidad de los libros escritos”. Notemos también que la Palabra está llamada a recorrer rutas y “¡Qué hermosos son los pies de los mensajeros que traen buenas noticias!” nos dice la misma Escritura.
Ahora bien: mientras los hermanos separados hablan de “sola Escritura”, nosotros los católicos leemos sus páginas de la mano de la Tradición viva y del Magisterio, el papa y de los obispos. En efecto nos dice el concilio: “La santa Tradición, la sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el plan prudente de Dios, están unidos y ligados, de modo que ninguno puede subsistir sin los otros; los tres, cada uno según su carácter, y bajo la acción del único Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas”.
El hombre contemporáneo que se ha olvidado de la Palabra de Dios o que quizá la considera una molestia se encuentra en demasiadas oportunidades como abrumado por la falta de la “verdad que nos hace libres” y la carestía del Encuentro personal que nos “nombra” y nos vincula con los hermanos y con la creación. Por eso es necesario recordar que conviene “esperar en la Palabra” y dejarla pasar por el corazón como el agua del cántaro del cuento.
Perseveremos entonces en la lectura orante de la Biblia meditándola como María, para celebrarla en la liturgia y para vivirla cada momento en “la esperanza que no defrauda”.