Un día como hoy
San Martín, Bolívar, Borges y la casta

El 27 de julio de 1822, hace poco más de cien años, en la ciudad de Guayaquil, tuvo lugar la segunda y más importante de las entrevistas entre los Libertadores de América. Una efeméride para pensar en el presente.
A pesar de que muchos países ya habían declarado su independencia, en aquel entonces las fuerzas realistas querían reorganizarse en los pocos focos que les quedaban encendidos. La culminación de la independencia del continente parecía estar cerca, pero los conflictos internos y los roces entre las distintas patrias nacientes podían echar a perder toda la gesta.
Es importante entender que la influencia de San Martín y Bolívar trascendía las fronteras de lo que hoy son las repúblicas de Argentina y Venezuela. Ambos habían conducido ejércitos multitudinarios a través de llanuras, montañas y mares. Es decir que se trataba de una reunión entre dos militares y estadistas que tenían credenciales sobradas para ejercer su liderazgo. También es cierto que San Martín no contaba con el apoyo del gobierno de Buenos Aires, ya más preocupado por las batallas internas que por la suerte de los vecinos. Qué raro ¿no?
Borges y el misterio
En su cuento Guayaquil (El informe de Brodie. 1970) Borges se ríe del misterio en torno a la reunión y juega a ser un historiador interesado en cartas que puedan revelar lo que pasó allí.
-Que sean de puño y letra de Bolívar contestó- no significa que toda la verdad esté en ellas. Bolívar puede haber querido engañar a su corresponsal o, simplemente, puede haberse engañado. Usted, un historiador, un meditativo, sabe mejor que yo que el misterio está en nosotros mismos, no en las palabras.
Esas generalidades pomposas me fastidiaron y observé secamente que dentro del enigma que nos rodea, la entrevista de Guayaquil, en la que el general San Martín renunció a la mera ambición y dejó el destino de América en manos de Bolívar es también un enigma que puede merecer el estudio.
Zimmermann respondió:
-Las explicaciones son tantas... Algunos conjeturan que San Martín cayó en una celada; otros, como Sarmiento, que era un militar europeo, extraviado en un continente que nunca comprendió; otros, por lo general argentinos, le atribuyeron un acto de abnegación; otros, de fatiga. Hay quienes hablan de la orden secreta de no sé qué logia masónica.
Observé que, de cualquier modo, sería interesante recuperar las precisas palabras que se dijeron el Protector del Perú y el Libertador.
Zimmermann sentenció:
-Acaso las palabras que cambiaron fueron triviales. Dos hombres se enfrentaron en Guayaquil; si uno se impuso, fue por su mayor voluntad, no por juegos dialécticos.

La mera política y su contraparte
En el prólogo a Los demonios de Dostoievski, Borges se refiere al autor y sentencia: “Me asombró que hubiera descendido a alguna vez a la mera política, que discrimina y que condena”. La opinión de Borges y su lectura de la historia, por lo tanto, no pueden ser escindidas de ese pesimismo.
Sin embargo, la razón por la que traigo esta reunión a colación no tiene que ver con la posibilidad de darle otra vuelta al asunto del misterio, sino para enaltecer el gesto en sí mismo. Dos personas que pensaban distinto sobre muchos aspectos decidieron juntarse a conversar en secreto para limar asperezas y lograr un objetivo superior que ambos compartían. Parece una historia del Jardín del Edén en los tiempos en los cuales la gente insulta por redes sociales al que piensa distinto sobre cualquier tema.
El verdadero peligro del discurso anti política es confundir estas charlas como la de Bolívar y San Martín con la rosca por los cargos y las traiciones. Entender las discusiones políticas como una división tajante entre buenos y malos es una nueva variante del maniqueísmo que sólo conduce a regímenes cada vez más violentos. La famosa frase de von Clausewitz: (“La guerra es la continuación de la política por otros medios”) hoy demuestra su vigencia de la forma más cruda. Existen dos formas de resolver los problemas de fondo entre países y dentro de ellos. Con guerra o con política. Este humilde cronista elige la segunda, pero el mundo no parece estar muy de acuerdo conmigo.