La distopía llegó hace rato
El Gran Hermano de la galleta
/https://eldebatecdn.eleco.com.ar/media/2025/08/gran_hermano.jpeg)
Hace unos días entré a una panadería de nuestra ciudad a buscar mi dosis de galleta. Compré también algo dulce para acompañar y cuando estoy por pagar, Mercado Pago ya sabía a quién le quería transferir. ¿Estamos siendo observados o le estoy dando mucha data al algoritmo?
El aroma a pan recién horneado flotaba en el aire, las medialunas brillaban doradas y alguna que otra torta me miraba como diciendo: “metele que son pasteles”. Tratando de controlar mis deseos de comprar absolutamente todo, hago una selección, me dicen el precio de lo que llevé y cuando voy a pagar, sucede el hecho.
Saqué el celular con la parsimonia de quien va a realizar una transacción cotidiana, abrí Mercado Pago, y ahí fue cuando me acordé que ya no existe la privacidad: la aplicación, sin que yo moviera un dedo ya sabía en qué panadería estaba. El CBU del local apareció como por arte de magia digital, como si hubiera un pequeño espía invisible susurrándole al teléfono: "Mirá, que este tipo está por comprar algo para acompañar el mate”.
Lo comenté con la gente de la panadería y me dijeron que no era el primero al que le pasaba. Pensé que en una de esas el Wi-Fi y que por ahí era una cuestión de las compras recurrentes, pero me pasó en otro local. Y ahí me decidí a escribir esta nota.
Lo primero que hice fue buscar entre los medios de comunicación si había una nueva función asociada a la geo localización. No la encontré, pero puede que la hayan anunciado.
Me enteré que Mercado Pago se quiere convertir en un banco, que se pueden comprar dólares, y que la billetera virtual busca habilitar nuevas funciones como la posibilidad de ofrecer cuentas sueldo, cajas de ahorro, tarjetas de crédito y préstamos más complejos (como los hipotecarios). Hasta ahí todo normal, pero no contestaba mi pregunta.
Pensé en el Gran Hermano de George Orwell (llamado en realidad 1984): “Despiertos o dormidos, trabajando o comiendo, en casa o en la calle, en el baño o en la cama, no había escape. Nada era del individuo a no ser unos cuantos centímetros cúbicos dentro de su cráneo”.
¿Los satélites me estaban rastreando? ¿Las antenas de telefonía estaban chusmeando sobre mis movimientos? ¿O acaso la misma panadería tenía instalado algún dispositivo que detecta billeteras digitales como un radar detecta aviones?
La segunda vez que me pasó salí a la calle con una sensación extraña. La gente se encontraba totalmente ajena a mi crisis existencial.
Cada cámara me pareció un ojo gigante, cada antena una oreja cósmica, cada vereda un juez observando mis decisiones de consumo.
El apocalipsis no va a llegar con fuego y olor a azufre. Va a llegar con notificaciones push, con códigos QR, y con aplicaciones que saben exactamente cuándo tenés ganas de comer un plato de buseca.
El futuro distópico ya está entre nosotros, y tiene forma de billetera virtual. Bienvenidos a la era donde hasta comprar galleta es un acto de vigilancia consensuada.
Esta nota fue escrita por una inteligencia artificial con la sutil edición de un ser humano. Sonríe te estamos filmando.