Historias de vida
Luis “Gonzalito” González: el campeón de la vida
A los 70 años, sigue pedaleando, caminando, y emocionando con su humildad, su historia deportiva y su amor por Barrio Norte.
Luis Alberto González (70), más conocido en Gualeguay como “Gonzalito”, es mecánico de motos, con taller propio en calle Carbó, entre Quirós y Carmen Gadea. Pero, además, es un verdadero referente del deporte local. A lo largo de su vida practicó fútbol, karate, ciclismo, maratón y motociclismo, siendo este último una de sus grandes pasiones.
Ganó premios en todas estas disciplinas, pero su mayor conquista no se mide en trofeos: es el cariño de la gente, que lo valora por su hombría de bien, su honestidad y su gran corazón.
González tiene un fuerte lazo con el club de sus amores: Barrio Norte. Su padre y varios familiares estuvieron profundamente ligados a la institución, y él no solo jugó al fútbol allí, sino que también lo representó en otras disciplinas.
Otro de los logros poco conocidos de “Gonzalito” fue su participación en la tradicional peregrinación a la Virgen de Luján. En 2013, recorrió caminando el trayecto desde Liniers hasta la Basílica en 10 horas y 55 minutos; en 2014, en 10 horas y 23 minutos; y en 2015, en 9 horas y 36 minutos. Lo hizo con devoción, no por competencia. Un testimonio de fe y resistencia.
En esta entrevista, nos comparte solo algunas de las muchas anécdotas que conforman su intensa y entrañable historia.
—Luis, ¿cómo nació su vínculo con el club Barrio Norte?
—El club… ¡mi querido club! Si habré dejado el esqueleto ahí. Yo quería jugar, pero mi viejo no me daba la firma. Hasta que un día me largué nomás, entré y jugué. Empecé en la quinta y a los 19 ya estaba en primera. Me decían el “Chivo Pavoni”, porque era pelado de joven, de puro nervioso.
—¿En qué puesto jugaba?
—De tres. No pasaba ni el loro, ¡te lo aseguro! Ni hoy me pasan. Jugué con el equipo “El Ciclón”, ganamos chanchos, vaquillas, lo que fuera, en torneos que se hacían en los campos.
—¿A qué compañeros recuerda en su paso por Barrio Norte?
—A todos. Absolutamente a todos. Al Pocha (Badaracco), principalmente. Él como técnico, también a Zambrano, De Lucca, Quiche Matorra, Castañeda… Salimos campeones con el Pocha.
Yo era karateca, sabía todo tipo de ejercicios, y nos entrenamos fuerte. Teníamos un cuadrazo. Pero los jugadores eran reacios a entrenar, como en todos lados. Le dije a Pocha: “Perdóneme, usted tiene equipazo, pero le falta entrenamiento”. Entonces él les dijo a los jugadores: “A partir de mañana, si Luisito les dice ‘tírense de cabeza’, ustedes se tiran”. Y los empecé a entrenar físicamente. Tenía unos 20 años. Así fue. A los 19, 20 años salimos campeones.
—¿Y qué pasó cuando fue a Victoria?
—Me fui a trabajar y me querían en la primera, pero Barrio Norte no me daba el pase. “¿Cómo te vamos a largar a vos, si sos parte del club?”, me decían. ¡Y tenían razón! Mi viejo Timoteo, el tío Cachi, el tío German… todos formaron parte del club. Dos años tardaron en liberarme. Después jugué en El Progreso y también salimos campeones.
—Usted también practicó muchos otros deportes…
—¡Qué te parece! Yo hacía de todo al mismo tiempo. No me quedaba quieto, era una máquina… por eso se me cayó el pelo. Corrí en moto durante 40 años, y nunca pedí un peso. Hoy piden sponsor para todo. Yo me sacaba un pantalón y compraba un pistón. Corrí en Larroque, Gualeguaychú, Paraná, por todos lados.
Corrí maratones representando a Barrio Norte. Una vez, en la Costanera, nos ganó un keniata y yo salí tercero en mi categoría. Era una carrera de 12 km 400 m. Otra vez hicimos una maratón alrededor de Gualeguay que terminó en Barrio Norte. Cuando subí al escenario y vi la bandera del club, la agarré, me envolví con ella y la besé. Me salió del alma. ¡Y me aplaudieron más que al primero!
También corrí en bicicleta, en los campeonatos interregionales. Todos tenían bicis hispano-francesas de aluminio, yo una de fierro. Me entrenaba Tabordita, el campeón, junto al Flaco Albornoz y Lazo. Íbamos de Gualeguay a Larroque, y me los aguantaba.
Karate también hice, muchísimo. Defensa personal, trofeos tengo de sobra.
—¿Está conforme con su vida?
—Por supuesto. ¡Dios mío! Durante 40 años corrí en moto. Me di el gusto de correr con los “cucos” del motocross, los que tenían motos importadas, y yo con mi Surumpio nacional.
—¿Tiene algún problema físico que lo aqueje?
—Sí, los meniscos rotos. Es mi cruz. Las dos rodillas las tengo destruidas, debe ser de tanto andar.
—¿Le gustaría tener una camiseta de Barrio Norte?
—¡Claro que sí! Una vieja, de las de antes, a rayas. Incluso la quise comprar. Una vez le pedí una a un integrante del club, le dije: “Te la pago”, pero nunca me la trajo. Quiero correr en bicicleta con esa camiseta.
—¿Sigue activo hoy?
—Sí, camino todos los días 60 cuadras. No a paso de paseo: fuerte. Después hago entre 12 y 25 km en bicicleta. Paso por la Virgen del Camino y sigo hasta el puerto. El ciclismo me mantiene en estado. La bici no duele como correr. Me la paso llorando porque no puedo correr más, pero entreno a mi hija. Hace poco ganó una maratón desde el Corsódromo. Me muero por correr con ella, pero tengo que aflojar para poder llegar viejo.
—¿Qué otras anécdotas recuerda en el motociclismo?
—Una vez, en plena carrera, mi amigo “Toco” Esquivel iba ganando. Yo veía que se abría cada vez más… hasta que se cayó. Yo lo iba a pasar, pero paré. Volví para asistirlo. No gané, pero ese es mi trofeo, el del corazón.
Otra vez, en Larroque, a un corredor se le pinchó la cámara, justo antes de largar. Nadie le prestaba una. Yo le dije: “Vení, usá la mía”. Largó, ganó, y después me la quiso pagar. “No quiero”, le dije. Esas cosas no se cobran.
—Esos gestos son valiosos…
—Siempre le agradezco a Dios. Y le sigo pidiendo. Pero quiero correr una maratón con mi hija. Quiero correr con mi campeona.
—¿Cómo se llama su hija?
—Olga Carolina González. Una máquina. Tiene el corazón igual al mío. Está deseando que me recupere. Ya estoy para volver a caminar hasta el predio de la Rural.
—¿Y Teco Barrios?
—Corría en moto. Tenía mucha ayuda de amigos. Yo nunca pedí nada, pero sí ayudé. Lo traía al taller y le enseñaba. Un amigo mío, Toto, tornero, le preparaba la moto. ¿Sabés qué hacíamos? Se la robábamos los sábados, sanamente, y la trabajábamos en secreto. Nadie lo supo. Diez, quince años después se lo confesé al Teco. “Yo te la preparaba en escondida”, le dije. Y él me contestó: “Vos no tenés para escribir un libro, tenés para escribir tres”.
—¿Algún mensaje final?
—Besos a todos. No he ganado muchos premios, pero sí un millón de amigos.
—“Gonzalito”, el mejor premio que usted ha ganado es ser buena persona.
—Sí, gracias. Rezo todos los días para seguir siéndolo.
—¿Quiere dejar un saludo especial a la gente de Barrio Norte?
—Ellos no precisan que los salude. Ya saben de mí. Saben que los llevo en el alma. Porque soy honesto.