Gualeyos por el Mundo
Natalia Brumatti: “De Gualeguay a Montpellier:una vida entre dos orillas” 2ª Parte
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En esta segunda parte Natalia nos habla más detalladamente de su vida en Francia, en
especial en Montpellier. ¿Disfrutamos con ella de esos paisajes, la idiosincrasia, sus
gustos, su integración al lugar, su pasión por el trabajo?
“Una vez instalada en el país definitivamente integrarme implicó también construir mi
legitimidad a nivel legal: llegué sin pasaporte europeo y cada trámite, cada autorización,
fue un paso hacia sentirme realmente en casa.
Después de años de esfuerzo, el año
pasado Francia me otorgó la residencia permanente, un reconocimiento que sentí como
el cierre de un largo camino de integración
En Francia estudié cuando recién llegué una licenciatura en lenguas, literatura y
traducción, y luego una maestría en estudios culturales en París X, donde defendí mi
tesis en 2023. Al mismo tiempo, trabajé profesora en la Universidad, y como traductora
intérprete en hospitales, cárceles, centros de refugiados y asociaciones. Mis diplomas
argentinos y franceses se complementaron y me abrieron puertas, pero sobre todo me
enseñaron a reinventarme en un sistema nuevo.
Vivir en Francia también significó adaptarme a un cotidiano diferente. La cortesía es un
pilar: “bonjour”, “s’il vous plaît”, “merci beaucoup”. Ir a la panadería se convierte en un
pequeño ritual de amabilidad. Desde mi mirada argentina, los franceses pueden parecer
reservados al principio, pero con paciencia descubrí amistades profundas y una calidez
sincera.
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Construí lazos con franceses y latinoamericanos, compartiendo mates, empanadas y
charlas en castellano, pequeños refugios culturales que reconfortan. Aunque la
comunidad argentina en Francia no es tan grande como en España, en Montpellier hay
panaderías argentinas, almacenes de mate y bares con sabor criollo.
Después de seis años en Besançon, quise cambiar de aire. El frío y las montañas dieron
paso al deseo de sol y mar. Así llegué a Montpellier. Al principio fue un contraste
absoluto: de botas y camperas para la nieve pasé a sombrilla y protector solar.
Montpellier tiene un centro histórico vibrante y, a pocos kilómetros, el mar. Salgo del
trabajo, subo a la bici y en media hora estoy en la playa. La ciudad combina lo urbano y
lo natural: bares, plazas, ferias y cultura, a pocos pasos de senderos y costa. Cada
verano aprovecho para viajar en bici por Francia, recorriendo desde Provenza hasta
Alsacia, descubriendo pueblos, viñedos y playas.La vida cultural de Montpellier
también me recuerda a Argentina: conciertos gratuitos, ferias de libros, teatro, debates y
festivales.
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Trabajo en el Ministerio de Educación como profesora de lengua y literatura en un lycée
y también en el ciclo superior. El aula es exigente y requiere preparación, pero disfruto
de mis estudiantes, entre 15 y 21 años, y de los desafíos de la enseñanza.
En estos años recorrí España varias veces, Italia, Alemania, Suiza, Bélgica, Países
Bajos, Marruecos y Turquía, además de casi toda Francia. Pero más que acumular
destinos, me gusta volver a los lugares que me marcaron, explorándolos en profundidad.
La bicicleta se volvió mi compañera de ruta: pedaleando descubro caminos que otros no
ven, conozco pueblos, gente y paisajes que se quedan en la memoria.
Hoy me siento integrada en Francia, pero nunca dejo de ser gualeya. Hablar francés con
fluidez, enseñar en liceos y universidades, pedalear por la costa mediterránea: todo
forma parte de mi presente. Pero cada mate compartido, cada recuerdo del río
Gualeguay, me devuelve a mis raíces.
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Ser gualeya en el exterior es vivir con un pie en cada orilla: la del río que me vio nacer y
la del Mediterráneo que me acompaña hoy. La identidad no se pierde al emigrar: se
multiplica, se enriquece y se transforma.
De Gualeguay a Montpellier, pasando por Rosario y Besançon, mi historia se armó entre
viajes, estudios, bicicletas y amistades. Y mientras haya caminos por recorrer —a pie,
en bici o en sueños—, la aventura seguirá abierta.