Pbro. Jorge H. Leiva
Redes sociales: lo público y lo privado
Los seres humanos nos movemos en varios niveles: por un lado, tenemos una vida pública que tiene que ver, por ejemplo, con nuestro oficio, nuestro estado civil, nuestra dirección, nuestro número de documento. En esa vida pública, además, hay una dimensión estatal-institucional y otra menos perceptible que tiene que ver con la economía: somos posibles consumidores y el mercado lo sabe porque ya nos estudió a través de las redes.
Por otro lado, existe un nivel de vida que es el de la vida privada: ésta tiene que ver con nuestra vida familiar y el tipo de vínculos que tenemos, los hábitos de la cotidianidad, lo que sucede de puertas adentro en el trabajo, el club que frecuentamos, el partido político al que pertenecemos…etc.
Por último; tenemos una vida íntima que tiene que ver con nuestra conciencia más recóndita. Esta vida íntima tiene que ver con nuestra condición psico-afectiva-sexual, la administración de nuestro dinero, nuestras sensaciones más entrañables, las instancias de la desnudez.
Lo ilustro con un ejemplo: el maestro Pedro trabaja en el colegio de la calle San Román, en París: esta es su vida pública. Almuerza a las 13 h con su familia: esta es su vida privada. No se lleva bien con su esposa en cuestiones de administración de su dinero: esta es la vida íntima.
Unos años atrás los tres niveles de la vida estaban bastante bien distinguidos, aunque nunca faltaban invasiones a la intimidad como, por ejemplo, los espionajes, los “teléfonos pinchados”, o la violación de las comunicaciones postales. Sin embargo, en los últimos años, con la aparición de las redes sociales, los tres “espacios” se confundieron: es más, se empezó a considerar un valor ser “francos” y exponer la vida íntima en el terreno de lo público y ser “frontales” diciendo en la vida pública lo que quizá ni en la vida privada se acostumbraba a decir. En este sentido, se hicieron célebres los “escraches mediáticos” en los cuales hay “permiso” para decir cualquier cosa en nombre de la “libertad de opinión”, aunque sea algo hiriente respecto a los demás y de poco pudor respecto a uno mismo.
Y así, un día el señor Pedro almorzaba en su espacio privado y un amigo de su hijo sacó una selfi de la familia, que apareció en la red social replicada hasta el infinito por la mirada curiosa de una multitud perteneciente a la vida pública. Otro día, la señora de tal salió de la ducha y con poca ropa se sacó una selfi frente al espejo para mostrar los efectos de su régimen para adelgazar y, de esta manera, llevó su vida íntima a las pantallas de lo público. Nadie la obligó a someterse al espionaje, sino que ella misma prestó su intimidad a la curiosidad, a la vida pública de la comunidad o del mercado. Durante sus vacaciones, la familia de don Cacho salió en una foto de Facebook delante de los tres dedos enterrados de Punta del Este. La vida privada de la familia pasó a la vida pública, ¿para bien o para mal?
Es indudable que los seres humanos no estamos hechos para el “gran hermano”, para la vida cotidiana expuesta a la mirada del otro: nuestra dignidad exige la posibilidad de “entrar en el cuarto y cerrar la puerta para que el Padre vea lo secreto”, como decíamos en miércoles de cenizas según las bellas palabras de Jesús de Nazaret. No es, por tanto, ninguna forma de progreso derribar las puertas que separan lo público, lo privado y lo íntimo.
Cuaresma es tiempo para “habitar en lo íntimo” y no por auto-referencialidad, sino por conquista de la propia identidad, para salir y vivir la propia misión en lo privado y lo público.
Pbro. Jorge H. Leiva