Pbro. Jorge H. Leiva
La puerta abierta y pan compartido
Cuenta la historia que el poeta Manuel Castilla trabajaba en un diario de Salta, hasta que un día lo despidieron. Con todos los problemas de esas horas, trámites y preocupaciones, no había tenido tiempo de pasar por la panadería y recoger su pan.
Entonces, Juan Riera, quien era el dueño de la panadería, al enterarse de la situación, se le presenta y le dice: “Cuando usted tenía trabajo me parece bien que vaya a buscar su pan, pero ahora que está desocupado, el que le tiene que traer el pan soy yo”.
Esta actitud generó en Castilla la necesidad de inmortalizar al panadero y sus múltiples gestos de fraternidad, en una poesía que luego musicalizó el Cuchi Leguizamón: “Panadero Don Juan Riera/con el lucero amasaba/ y daba ese pan del trigo/como quien entrega el alma /Como le iban a robar/ni queriendo a Don Juan Riera/si a los pobres les dejaba/de noche la puerta abierta”. Su nieta Aída dice al respecto: “Es cierto que mi abuelo dejaba la puerta abierta.
Eran esas casas de antes que tenían una puerta que daba a la calle, un zaguán y otra puerta. Entonces él dejaba abierta la puerta para que nadie durmiera a la intemperie”.
Para don Juan Riera el derecho a la propiedad privada no era absoluto: él dejaba la puerta abierta porque los pobres tenían “derecho” a pasar la noche dignamente y a comer un pedazo de pan, por eso el panadero no era dueño absoluto de sus bienes: estos se destinaban no sólo a él y a su familia, sino a todos los miembros de su pueblo: don Juan Riera sólo se sentía “administrador” de sus cosas.
El papa Francisco en “Laudato si”, su encíclica acerca del medio ambiente, nos habla del “principio de la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes y, por tanto, el derecho universal a su uso como de una «regla de oro» del comportamiento social y el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social». “La tradición cristiana-agrega el pontífice- nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada”.
San Juan Pablo II había recordado con mucho énfasis esta doctrina, diciendo que «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno”.
También decía este santo pontífice: «la Iglesia defiende, sí, el legítimo derecho a la propiedad privada, pero enseña con no menor claridad que sobre toda propiedad privada grava siempre una hipoteca social, para que los bienes sirvan a la destinación general que Dios les ha dado».
Los que creemos en Jesús de Nazaret recordamos cada domingo cómo Él quiso que lo recordáramos “partiendo el Pan” y lo hacemos presente con la puerta siempre abierta de su Corazón por la que los desvalidos pueden hallar consuelo y aprender la lógica del amor entregado. Imposible robarle a Jesús de Nazaret porque, como Juan Riera, Él tiene siempre la puerta abierta “para que nadie duerma a la intemperie” y para que no existan más las “privatizaciones absolutas”.
Pbro. Jorge H. Leiva