Alfaro y las heridas de siempre
Se despidió de manera protocolar Gustavo Alfaro de Huracán para cerrar su nuevo vínculo con Boca, lo que provoca heridas que los hinchas nunca subestiman; el pecado de seguir creyendo para cerrar el círculo que termina en la decepción
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Los hinchas se la creen. Creen demasiado. Y después se decepcionan. O peor aún: se sienten traicionados. Como por ejemplo les pasó a los hinchas del Ciclón con Julio Buffarini cuando luego de proclamar que no jugaría en otro club que no fuera San Lorenzo, después de su regreso del San Pablo de Brasil terminó vinculado a Boca.Algo similar les ocurrió a los hinchas de Rosario Central, identificados con la entrega y la personalidad de Javier Pinola. Hasta que Pinola se fue a River y el afecto se reconvirtió en despecho, bronca y hasta odio. El capítulo de Mauro Zárate es más reciente. El parecía expresar el sentimiento y la fidelidad por Vélez. Hasta que apareció Boca en el horizonte. Y Zárate de manera sorpresiva perfiló una despedida muy abrupta y conflictiva con los hinchas (e incluso con familiares directos del jugador) que selló una fractura notable con su ex club.El episodio que protagoniza Gustavo Alfaro abandonando a Huracán cuando aun le restan completar seis meses de contrato para convertirse en el próximo técnico de Boca forma parte de la misma dinámica. Se la creyeron los hinchas de Huracán. Vieron en Alfaro a un entrenador capaz, pero además a un profesional que parecía sentirse pleno y muy a gusto en el Globo.Esa percepción siempre tiende a la sobrecalificación. Y en ese marco tan generoso que continúa siendo el fútbol los hinchas comienzan a encontrarle grandes virtudes a los que les dan algo. Virtudes que trascienden los aportes estrictamente futbolísticos. Virtudes que despiertan empatías simultáneas y vertiginosas.Toda esa construcción tan inestable en la que se depositaron emotividades, sensibilidades y afectos evidentes, se desmorona por completo cuando el personaje en cuestión (en este caso Alfaro) se despide de la noche a la mañana para ir a otro destino, invocando desafíos deportivos imposibles de rechazar.En esas circunstancias en la que operan los sentimientos, pedirles o exigirles a los hinchas que entiendan la situación, que comprendan que aquel que tomó la decisión de irse es un profesional que hoy está acá y al otro día puede estar en la vereda de enfrente porque así lo establecen las reglas no escritas del mercado, parece una demanda escindida del contexto.Porque en ese contexto también participan activamente los protagonistas, diciéndoles a los hinchas en cada oportunidad en que se les presenta, el orgullo que los interpela estando ahí. En ese territorio. En ese club. Junto a ellos. Es cierto, son declaraciones de manual, Versos de manual. Demagogia de manual. Oportunismo de manual. Pero el receptor de ese mensaje necesita creer. Quiere creer. Y cree.Error fatal. Porque cree en algo que no es real. Que no es verdadero. Que no es cierto. Y cuando advierte la trampa en que cayó, se frustra y no se resigna aunque ya no haya nada que hacer.Alfaro es otro eslabón de esta cadena interminable de sucesos que la historia reconoce. Porque no era de Huracán (su pasión siempre fue Racing), pero la gente de Huracán lo adoptó. Hasta que se produjo el colapso. Y se reveló lo que estaba oculto.Los hinchas seguirán creyendo. Y más tarde o más temprano seguirán decepcionándose. Son víctimas de su fe. Una fe que cultivan desde que empezaron a correr detrás de una pelota.
