Argentina contra la historia
La derrota argentina en la final de la Copa del Mundo dejó sensaciones encontradas. La angustia por la malograda tercera corona albiceleste, y la tranquilidad de tener al fútbol argentino nuevamente en los primeros planos. Alemania, flamante campeón, fue otra vez el verdugo de la selección nacional, que recibió su merecido reconocimiento en su arribo al aeropuerto de Ezeiza.
El acceso a la final del Mundial de Brasil se festejó y mucho en los distintos puntos de la República Argentina. Fueron veinticuatro años de prematuros retornos a casa, veinticuatro años sin superar la barrera de cuartos de final. Y como todo lo que tarda en llegar, todo lo que cuesta mucho, se disfruta el doble. Así se vivió tanto el acceso a semifinales como el pase a la final, la quinta en la historia de la selección argentina. Las similitudes con la Copa de Mundo de México 1986 invitaban a ilusionar con que esta final, por más difícil que fuera, sería para Argentina. Pero el gigante teutón frustró las aspiraciones nacionales y los jugadores de Alejandro Sabella regresaron al país con un segundo puesto que seguramente apreciarán recién pasado algún tiempo. Argentina cerró un gran partido, hay que decirlo, pues no sólo en las victorias se puede jugar bien. El conjunto albiceleste se apegó a su libreto casi a la perfección, y pese a no poder vanaglioriarse con una abultada posesión de pelota, sí dispuso de las situaciones de gol más claras. Tuvo sus chances, pero no las aprovechó. Quizás este sea el único aspecto del encuentro en el que los jugadores argentinos podrán reprocharse algo. De contragolpe, y aprovechando la velocidad de sus delanteros, Argentina provocó peligro en el arco defendido por el mejor arquero del Mundial, Manuel Neuer. Nada pasó, y el cero se mantuvo hasta aquel minuto fatídico en el que Mario Götze recibió un centro por la izquierda, paró el balón con su pecho y definió de volea. Un gol exquisito, para el recuerdo. Un gol que acabó con las ilusiones del equipo argentino, que por amor propio intentó lograr la hazaña cuando ya jugaba contra el reloj. Fue en vano, los segundos pasaron y Alemania gritó campeón. Fue un gran Mundial para Argentina, no hay dudas. Se trató de un equipo que fue mutando a medida que avanzaba, que reconoció sus limitaciones y se hizo fuerte a partir de sus virtudes. Arrancó el Mundial y el país se ilusionaba con la habilidad de los cuatro fantásticos, pero irónicamente fue la solides defensiva de los últimos encuentros lo que impulsó a los dirigidos por Alejandro Sabella a aspirar a la gloria eterna. Con algunos puntos muy altos, este equipo creyó que podía, e invitó a un país a creer que se podía. Y es que pese a la derrota este equipo logró vencer nada más ni nada menos que a veinticuatro años de historia.
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