Pbro. Jorge H. Leiva
La catequesis y la esperanza
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La obra de los catequistas es un canto a la esperanza: parece ser que desde la perspectiva sociológica los catequistas forman el voluntariado más grande de la Argentina ya que son más de noventa mil.
Es que- como dice el catecismo desde una perspectiva antropológica-
hay que decir que el “hombre es un ser religioso”. Además, en estas tierras desde hace más
de 500 años vienen reviviendo la rica herencia del humanismo cristiano: primero como
regalo de España y luego como don las diversas corrientes inmigratorias que reforzaron la
identidad criolla y católica.
Pero hagamos algunas observaciones que me parecen oportunas en este año de la
esperanza, celebrando los 2025 años del nacimiento de Jesús de Nazaret según la carne.
Cada día vemos más que esta “unión íntima y vital con Dios” según dice el concilio, se ve-
a pesar de los esfuerzos de los evangelizadores- particularmente desafiada.
Por un lado, se suele escuchar con frecuencia que la gente “ha dejado de ir a Misa” por
culpa de los cristianos: unos dicen que es porque la Iglesia no se moderniza, otros porque se
modernizó demasiado; unos dicen que es porque se preocupa demasiado de la cuestión
social, otros porque se ocupa poco; unos dicen que los fieles abandonan los templos porque
las misas son aburridas, otros porque son demasiado bullangueras.
Por otro hay quienes piensan que la Iglesia quedó herida de muerte a consecuencia de la
pedofilia, los abusos de poder, la falta de transparencia en el uso del dinero.
Y así suenan las más variadas teorías al respecto.
Personalmente adhiero a las palabras del catecismo que en pocas frases nos sitúan ante la
complejidad del problema: La “unión íntima y vital con Dios”-afirma el texto- puede ser
olvidada, desconocida e incluso rechazada explícitamente por el hombre. Tales actitudes
pueden tener orígenes muy diversos: la rebelión contra el mal en el mundo, la ignorancia o
la indiferencia religiosas, los afanes del mundo y de las riquezas (cf. Mt 13,22), el mal
ejemplo de los creyentes, las corrientes del pensamiento hostiles a la religión, y finalmente
esa actitud del hombre pecador que, por miedo, se oculta de Dios (como Adán) y huye ante
su llamada (como Jonás)”.
Personalmente también pienso (y “siento” como se dice hoy día) que la sobrevivencia del
cristianismo en nuestra nación es un milagro moral como me lo decía uno de mis profesores
de historia: el Pueblo cristiano sobrevivió, a la falta de curas, a las ideologías liberales, que
consideraban a nuestra humilde gente católica como “la barbarie” frente a la “ilustración” y
el “progreso”. Sobrevivió a la masonería, a las filosofías marxistas, psicologistas o
economicistas, sobrevivió a violencias de izquierda y de derecha.
Digamos entonces que es un milagro que nuestra gente siga confiando a nuestros
catequistas la formación de sus gurises en este tiempo de crisis de civilización (como
decían nuestros obispos) en el que gobierna el consumismo, el relativismo ético y la derrota
del pensamiento; tiempos de “emergencia educativa” como vienen diciendo los papas. (Hoy
se dice además que el celular y la inteligencia artificial están gestando sujetos más
ignorantes y más individualistas).
En este complejo marco es en el que hay que situar la oculta noble tarea de los catequistas
que están sembrando semillas cuyos frutos quizá no veremos, pero que son fecundas como
lluvia que cae del cielo según el bello decir del libro de Isaías.
Nada más esperanzador que la tarea de los catequistas: este día 21 celebran su día:
¡Felicitaciones y bendiciones!