Razón crítica
La democracia en la era de los espejismos digitales. El caso del video falso sobre Mauricio Macri.
Hace unos días atrás, más precisamente el domingo 18 de mayo, mientras la ciudadanía de la Ciudad de Buenos Aires se preparaba para asistir a las urnas a elegir legisladores, un video comenzaba a circular frenéticamente por la red social X (ex Twitter). En él, el expresidente Mauricio Macri anunciaba el retiro de Silvia Lospennato como candidata del PRO y afirmaba su supuesto apoyo a Manuel Adorni, figura de La Libertad Avanza y vocero presidencial. El mensaje difundido por las principales cuentas y usuarios de las filas pertenecientes al Presidente Milei era una falsedad. Una creación sintética, producida con inteligencia artificial generativa, diseñada para confundir, erosionar la voluntad popular y manipular el proceso democrático en tiempo real.
Lo que podría parecer un hecho aislado o una anécdota risueña de campaña encierra, en realidad, un fenómeno mucho más profundo: el viraje civilizatorio que implica el uso de la tecnología sin mediación ética, sin regulación democrática y sin reflexión política. Este episodio no es solo un caso de “fake news”. Es el síntoma de un cambio de época, en el que el sujeto humanista está siendo desplazado por el individuo algorítmicamente asistido, como advierte el intelectual francés Éric Sadin. Es decir, pasamos de una ciudadanía reflexiva a una humanidad programada para reaccionar.
De la técnica como herramienta al sujeto como objeto.
Martin Heidegger, el clásico filósofo alemán, en su célebre conferencia “La pregunta por la técnica”, ya alertaba sobre un riesgo esencial: el olvido del ser por el dominio del “gestell”, ese modo técnico de emplazar el mundo como un fondo disponible, listo para ser explotado. Cuando la tecnología deja de ser una herramienta y pasa a constituir el modo dominante de ver, hacer y pensar, todo se convierte en recurso, incluso el ser humano. ¿No es acaso lo que ocurre cuando una inteligencia artificial simula a un líder político con el objetivo de inducir el voto? El candidato se convierte en imagen manipulable. El ciudadano, en blanco pasivo de una operación.
Esta transformación se articula con la evolución que el pensador estadounidense Carl Mitcham describió al clasificar tres modos de ser de la tecnología: como objeto, como conocimiento y como práctica. El deepfake que involucró a Macri sintetiza los tres. Es un objeto audiovisual creado con IA; es producto de conocimientos avanzados en machine learning; y es, ante todo, una práctica política orientada a intervenir en el espacio público con fines estratégicos, no deliberativos.
Pero no cualquier práctica. Como advirtió el sociólogo norteamericano Lewis Mumford, existen técnicas autoritarias —centralizadas, controladas por pocos, opacas— y técnicas democráticas —transparentes, descentralizadas, participativas—. El uso de IA para manipular elecciones no responde a una lógica de empoderamiento ciudadano, sino de control y coerción: un puñado de operadores decide qué ve la mayoría, a qué estímulos debe reaccionar, a quién debe temer o seguir. Bajo una máscara de modernidad, regresa la más vieja de las prácticas: el engaño.
La matriz social de la tecnología y el simulacro del presente.
Murray Bookchin, historiador estadounidense, en su análisis sobre la matriz social de la tecnología, insistía en que la técnica no es neutral: nace y se desarrolla en un contexto social específico. No es lo mismo una tecnología desarrollada en una comunidad igualitaria que una producida por y para el lucro corporativo o la dominación estatal. En la actualidad, las grandes plataformas digitales, que median casi toda la vida pública, responden a intereses comerciales y políticos que están lejos de los ideales republicanos. Así, las tecnologías de la información, lejos de democratizar el acceso a la verdad, se convierten en fábricas de simulacros.
Bookchin también distinguía entre dos imágenes de la tecnología. La primera, optimista, la presenta como fuerza liberadora, capaz de emancipar al ser humano del trabajo penoso y promover la cooperación. La segunda, más crítica, advierte sobre su uso para reproducir jerarquías, ocultar desigualdades y colonizar la conciencia. El video falso de Macri no solo pertenece a esta segunda imagen, sino que la radicaliza: es una intervención que no busca informar ni debatir, sino suplantar, sustituir, desinformar. Como escribió el pensador francés Jean Baudrillard, vivimos ya en una era de hiperrealidad, donde lo falso no encubre la verdad, sino que se impone como su reemplazo.
La muerte del sujeto humanista.
En este nuevo entorno, el sujeto humanista —autónomo, racional, deliberativo— está siendo desplazado por lo que Éric Sadin denomina el individuo algorítmicamente asistido. Se trata de una persona cuyo acceso al mundo está mediado por interfaces inteligentes, filtros de recomendación, asistentes virtuales, bots y sistemas predictivos. Este individuo no interpreta el mundo: lo consume. No construye verdad: la recibe. No elige, sino que es guiado por patrones de comportamiento que otros han modelado en función de su historial de navegación, sus emociones y sus temores.
El caso del video deepfake no es un simple “error” o “exceso”. Es la confirmación de una tendencia: la política se está convirtiendo en un mercado de estímulos, donde los candidatos son marcas, los electores son targets y la democracia se reduce a una coreografía de apariencias. En ese marco, las instituciones no pueden seguir funcionando con lógicas del siglo XX. La alfabetización digital, la regulación ética de la inteligencia artificial, la trazabilidad de los contenidos y la rendición de cuentas de las plataformas deben convertirse en prioridades ineludibles.
¿Y ahora qué?
El Tribunal Electoral actuó con rapidez. Ordenó eliminar el video y envió el caso al Ministerio Público Fiscal. Sin embargo, el daño simbólico ya estaba hecho. La pregunta que queda flotando es mucho más inquietante: ¿cuántos otros videos como ese circularán en los próximos años? ¿Cuántas decisiones políticas serán influidas por inteligencias no humanas? ¿Cómo evolucionarán este tipo de prácticas fraudulentas vía inteligencia artificial de cara a las próximas elecciones presidenciales en dos años? ¿De dónde obtiene el oficialismo los fondos para financiar estas maniobras? ¿Cuántas veces aceptaremos lo falso porque nos resulta cómodo, rápido y emotivo?
La democracia no puede competir con la inmediatez de los algoritmos si no recupera su valor pedagógico y deliberativo. La política no puede entregarse a las máquinas si no quiere perder su humanidad. Lo que está en juego no es solo la reputación de un candidato ni el resultado de una elección. Es la posibilidad misma de seguir eligiendo con libertad, en un mundo donde lo verdadero ya no se distingue de lo verosímil, y donde las máquinas no solo nos asisten, sino que empiezan a decidir por nosotros.
Julián Lazo Stegeman