Razón crítica
La patria narrada: símbolos, héroes y la arquitectura de la memoria
Desde tiempos que se pierden en la bruma de los orígenes, las comunidades humanas han tejido su identidad sobre un andamiaje invisible hecho de relatos, símbolos y figuras que cifran lo inefable: el sentido de pertenencia. La historia, más que una sucesión de fechas, es una arquitectura verbal —una urdimbre de acontecimientos seleccionados y resignificados— que permite a un pueblo pensarse a sí mismo. En el caso argentino, los héroes de Malvinas encarnan un núcleo esencial de esa narrativa: son figuras donde confluyen el coraje, la entrega y el sacrificio por una patria que contiene en su interior todos los dolores y todas las esperanzas.
Más que un recuerdo detenido en el tiempo, Malvinas es un eje que gravita en la memoria colectiva, un espejo que devuelve una imagen que aún busca completarse. En su reivindicación no hay sólo nostalgia, sino un acto de afirmación identitaria, una tentativa de unidad frente al devenir fragmentario.
Símbolos que fundan: el relato como sustancia de lo nacional.
No hay nación que se erija únicamente sobre instituciones o decretos: es necesario, también, el mito. Los relatos fundacionales, los gestos heroicos, las figuras elevadas a la categoría de símbolo constituyen la sustancia que amalgama a los individuos en un "nosotros". Borges acaso lo intuyó cuando escribió que “nuestra patria es un acto de fe”, y como todo acto de fe, requiere palabras que lo sostengan, imágenes que lo encarnen, gestos que lo repitan.
La Argentina ha sido, desde sus albores, un territorio narrado. Desde la Independencia hasta las gestas populares del siglo XX, distintos relatos han pretendido trazar un hilo conductor entre generaciones dispersas. Pero la consagración de ciertos hitos como columnas de la identidad colectiva no ocurre por espontaneidad: requiere de un esfuerzo constante, casi litúrgico, por instalar en la memoria común aquellos episodios que elevan, que enseñan, que convocan.
En esa constelación, los héroes de Malvinas ocupan un lugar insoslayable. En sus nombres resuenan los valores que toda comunidad necesita para reconocerse y proyectarse: la solidaridad, el sacrificio, el amor por lo común. Sin embargo, su figura no debe quedar enclaustrada en la solemnidad conmemorativa, sino abrirse al presente como una enseñanza activa, viva, que interpele e inspire.
Malvinas: la herida y el faro.
La guerra de 1982 es uno de los pliegues más densos y dolorosos del relato argentino reciente. Más allá de los contextos políticos que la rodearon, la entrega de los combatientes inscribe una gesta que trasciende lo militar: es, en muchos sentidos, un testimonio de pertenencia llevado al extremo. No se trata solo de evocar, sino de comprender la magnitud simbólica de ese sacrificio y conferirle el sitio que merece en la narración nacional.
El reconocimiento de los excombatientes no fue inmediato. Su lucha, aún después del campo de batalla, continúa siendo una búsqueda de justicia, memoria y dignidad. Son ellos quienes, con su sola presencia, nos recuerdan que la soberanía no se limita a un mapa, sino que también se juega en el lenguaje, en la cultura, en las decisiones que traman el porvenir.
Las nuevas generaciones deben heredar esa memoria no como un lastre melancólico, sino como un legado que orienta. Malvinas no es un punto final, sino una brújula: debe estar presente en las aulas, en los discursos, en los gestos cotidianos que modelan el imaginario colectivo. La causa es, al fin, una de las formas más puras de la identidad nacional.
Héroes como cimiento: pensar el país desde quienes lo honraron.
Una nación sólida no se edifica únicamente sobre recursos o políticas: también necesita espejos donde mirarse. Los héroes de Malvinas son esos espejos: reflejan lo mejor de nosotros, lo que podríamos ser si nos atreviéramos a estar a la altura de su ejemplo.
No se trata de congelarlos en estatuas o en frases escolares, sino de incorporarlos al relato que nos dice quiénes somos. Sus vidas, sus gestos, sus silencios incluso, deben alimentar el tejido social, inspirar un horizonte común. Si logramos que su legado habite nuestra conciencia colectiva, quizás entonces Argentina deje de ser un anhelo interrumpido y empiece a ser una construcción compartida.
Porque al final, como sabía Borges, “somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes”. Y en ese museo, los héroes de Malvinas merecen una sala luminosa y viva, donde el pasado y el futuro dialoguen con dignidad.
Julián Lazo Stegeman