Domingo de Ramos/Padre Pedro Brassesco
“Revivir los acontecimientos centrales de nuestra fe”

Volvimos a estar con Pedro Brassesco (vicario de Parroquia San José, Coordinador de Prensa de la CEA; porque éste Domingo en el calendario de Semana Santa estamos en la puerta de la misma, de su comienzo en el año del Bicentenario de la Patria. Siempre se buscan simbolismos y adecuaciones a los tiempos. Tiempos de cambios en varios aspectos.
¿Cuánto simbolismo se le da al Domingo de Ramos?Muy importante. El domingo de Ramos abre la Semana Santa. A veces pensamos ésta se reduce sólo al jueves y viernes, pero en realidad es toda una semana que se nos propone para revivir los acontecimientos centrales de nuestra fe: la muerte y resurrección de Jesús. Esta es la fiesta más importante de los cristianos, más que la Navidad, que festejamos con tanta alegría, porque, como dice San Pablo, si Cristo no hubiera resucitado, nuestra fe sería en vano.¿Siempre existe además una connotación histórica?En este día del Domingo de Ramos, la celebración tiene una primera parte donde bendecimos los ramos de olivos o palmas y acompañamos a Jesús en su entrada triunfal a Jerusalén aclamándolo como nuestro mesías y salvador. Desde lo litúrgico y, a continuación, durante la misa, leeremos el Evangelio de su pasión y muerte, ocurrida unos días después.Recordamos en la bendición de ramos lo que la gente hizo hace ya mucho tiempo, cuando Jesús entró en la ciudad santa. Esas personas habían oído hablar del profeta Jesús de Nazaret, y sabían que era un hombre de Dios, un hombre que amaba a los enfermos y a los pobres, un hombre que vivía siempre atento a los demás, un hombre que no callaba ante las injusticias, que invitaba a levantar el ánimo y a vivir de una manera nueva, diferente. A Jesús de Nazaret, toda aquella gente lo recibió en Jerusalén con un gran entusiasmo, con muchas ganas de tenerlo con ellos.En la celebración de hoy también aclamaremos a Jesús con entusiasmo.Queremos que su camino, su estilo, su manera de hacer, sea también la nuestra. Reconocemos, aunque a veces nos olvidamos, que su camino, su estilo, su manera de ser y de vivir, es lo único que vale la pena.Pero sabemos que el camino de Jesús acabará con la muerte en la cruz.Sabemos que su libertad, su amor, su entrega a los pobres y a los débiles no serán bien recibidas por los poderes de este mundo, y que lo condenarán a muerte, a una muerte terrible. Al iniciar la Semana Santa, decimos con nuestros ramos y nuestras palmas que le agradecemos este amor suyo, que creemos en su camino, que creemos en él, que queremos seguirle.En estos tiempos donde suceden a diario eventos muy diferentes, ¿cómo observarla?Como siempre debe ser, como siempre es, cerca del evangelio. Y, con fe, con toda la fe, afirmamos que de su cruz, de su amor fiel hasta la muerte, nacerá vida por siempre, vida para todos, vida capaz de transformarnos a todos: estos días en que contemplamos la muerte de Jesús terminan con la Pascua, con la fiesta gozosa de su resurrección. Porque su amor es más fuerte que la muerte, que el mal, que el pecado.¿Cómo traer ese símbolo a estos tiempos?Ramos y Pasión, los dos momentos de este día, son el contraste de la vida humana. Alegría y tristeza. Jesús aclamado rey por la multitud y matado, traicionado, dejado solo, poco más tarde. La fiesta de hoy es de palabras, de sentimientos y de tonalidad muy diferentes, casi contradictorias: triunfo junto con nubes de traición y de muerte, procesión festiva de ramos y a la vez relato de la Pasión del Señor con subida al Calvario. Ramos de alabanza y de aclamación junto con la ejecución en la cruz.En resumen, gozo y tristeza, vida y muerte. Y quizás, con todo lo que tiene de contradictorio, este día de Ramos "en la Pasión del Señor" es expresión muy clara de lo que es nuestra vida humana y cristiana. Toda ella hecha de contrastes y también, por nuestra parte, de contradicciones y de incoherencias. Es que vamos andando en la vida con los ramos de la bondad y de la fiesta y al mismo tiempo cargando la cruz del pecado y de la desgracia.Por eso la celebración de hoy nos puede aportar una luz y una fuerza especiales. Si el júbilo de la entrada en Jerusalén se puede ver oscurecida por las negras nubes de la Pasión y de la Cruz, a la vez podemos descubrir cómo el desmoronamiento de Dios en la densa oscuridad de nuestra historia humana nos abre a una nueva visión: Dios que resucita a Jesús, enaltece al hombre humillado, al hombre caído.¿En estas fechas se obliga, se insiste aún mucho más en la demostraciónreligiosa?Durante estos días la iglesia, con mayor insistencia que nunca, nos invita a poner nuestra atención para que nos fijemos sobre todo en la Cruz de Cristo, para que hagamos memoria de su pasión y muerte. Son fechas llenas de ritos y celebraciones, como la de éste Domingo que bendecimos los ramos para aclamar a Jesús como el Rey que ha venido a salvarnos. Pero quizás fuera conveniente preguntarnos si nosotros hacemos, desde la fe, una lectura correcta del evangelio, si entendemos de verdad la "palabra de la cruz" o si, por el contrario, donde ésta nos dice "amor" escuchamos solamente "dolor". Porque a fuerza de describir e imaginar los sufrimientos de Cristo, de hacer vía crucis por las calles y plazas, podemos llegar a desfigurar el rostro de Cristo y a dar la imagen de un Dios que se complace en el sacrificio y en la muerte del hombre, o en su propio sacrificio.Si Dios fuera el dolor y no el Amor, no habría para los que lloran otro consuelo que el de sus lágrimas. Pero Cristo no amó el dolor sino que amó a los que sufren. No amó la pobreza, sino a los pobres. No amó la muerte, sino la vida. Y el Dios vivo no es un Dios que mortifique a los hombres sino el Dios que resucita a los muertos. La cruz es el símbolo del amor, no la glorificación o divinización del dolor. Es el símbolo de un amor llevado hasta el extremo en un mundo lleno de indiferencia.Se refuerzan estos días con imágenes, con películas, ¿ayuda esto?El relato de la pasión y muerte de Jesús no es un drama para llevar a la escena o a la pantalla, no es un espectáculo para convocar al público en general, y no podemos adoptar ante él una actitud de simples espectadores. Es la revelación del amor, del amor que Dios nos tiene a cada uno y, por tanto, una interpelación. Por eso, en este Año de la Misericordia, estamos particularmente invitados a sentir cuánto nos amó Dios, que fue capaz de entregar a su propio Hijo. Y esto es lo que nos pide que imitemos, que amemos como él, que seamos capaces de abrirnos a los demás sabiendo que siempre hay más alegría en dar que en recibir. Y que a pesar de nuestras debilidades y miserias, el amor de Dios es más fuerte.
ESTE CONTENIDO COMPLETO ES SOLO PARA SUSCRIPTORES
ACCEDÉ A ÉSTE Y A TODOS LOS CONTENIDOS EXCLUSIVOSSuscribite y empezá a disfrutar de todos los beneficios
Este contenido no está abierto a comentarios