Pbro. Jorge H. Leiva
Acueductos, ingenieros y poetas
Desde la segunda mitad del siglo XVII, la ciudad de Querétaro-en Méjico- se había convertido en una de las poblaciones más productivas de la Nueva España, alcanzando en el siglo XVIII su mayor prosperidad y desarrollo urbano.
Sin embargo, la ciudad carecía de un eficaz y saludable servicio de agua potable, pues los viejos canales y cañerías que surtían a la ciudad conducían aguas sucias y malsanas, contaminadas por los obrajes en la traza virreinal.
El Acueducto de Querétaro comenzó su construcción en el año 1726 y terminó nueve años después, en 1735. Es este uno de los acueductos más altos de todo Méjico, formado por mampostería de rocas volcánica y llegó a suministrar agua con un caudal de 26 litros por segundo.
¿Quién construyó el acueducto en Querétaro? Era Don Juan Antonio de Urrutia y Arana, natural de España, hijo de Don Domingo de Urrutia y Retes y de Doña Antonia de Arana. Pero cuando don Juan Antonio construyó ese acueducto con su gente, nadie entendió su pleno sentido hasta que los cantores y poetas del pueblo comenzaron a cantar las maravillas del agua cantarina.
Es que la realidad no puede ser percibida plenamente hasta que no se la nombra en la poesía. Así, los ingenieros hacen acueductos, los sabios piensan la ciudad en su conjunto, los poetas cantan al agua que discurre entre los árboles y los místicos hacen que los pueblos se eleven sin dejar de estar “plantados” entre cielo y tierra.
Cuando el místico San Juan de la Cruz veía correr un torrente pensaba: “¡Qué bien sé yo la fonte que mana y corre,/aunque es de noche!./ Aquella eterna fonte está ascondida./ ¡Qué bien sé yo do tiene su manida/ aunque es de noche!” (…) Y el mismo santo de la Iglesia ¿venía? en la fuente de su aldea una imagen del Pan partido de los Altares: diciendo “…Aquesta eterna fonte está escondida/en este vivo pan por darnos vida/aunque es de noche.”
Cuando la mujer del poeta José Pedroni estaba por dar a luz, seguramente el médico repetía frases propias de la obstetricia; mientras que el poeta susurraba bellamente a su cónyuge: “Un día, un dulce día, con falso sufrimiento, te romperás cargada como una rama al viento” porque sabía que el dolor de dar a luz es como el drama de una rama que se cae; pero para producir fruto.
La palabra del facultativo era certera, pero la del poeta era más integral para mencionar la realidad con toda su belleza. Si bien el poeta no desmentía al hombre de ciencia, con su palabra daba otra comprensión al acontecimiento.
Es que “la poesía es la casa del ser”, como decía un pensador del siglo XX; es la que termina de nombrar las cosas: tanto en el gozo del Nacimiento, como en la tragedia del Dios Crucificado y de las infinitas crucifixiones de los fratricidios de turno. Nada mejor que la poesía para nombrar con dolor las aguas contaminadas del riachuelo y las aguas de la fuente escondida de San Juan de la Cruz.
Quiera Dios que en estos tiempos los ingenieros también sean poetas y sabios para que calles y plazas sean algo más de lo que son. Es que como le decía Pablo VI a los artistas: “Este mundo en que vivimos tiene necesidad de la belleza para no caer en la desesperanza”. ¡Que no falten acueductos como el del hijo de don Domingo! ¡Ni místicos poetas que les canten!