Américo Detomasi – Emerson Milano Nuestro breve pero riquísimo viaje por Europa
Nuestro viaje de quince días por Europa fue, sin duda, una experiencia profundamente soñada y largamente esperada. Madrid, Burdeos, Blois, París, Lucerna, Zúrich, Verona, Venecia, Florencia y Roma se fueron encadenando como un collar de pequeñas maravillas, cada ciudad con su propio ritmo y su propio encanto. Desde los paisajes que se asomaban por la ventana del tren hasta las callejuelas empedradas que recorrimos a pie, todo parecía diseñado para sorprendernos. Sin embargo, entre tantos destinos inolvidables, hubo dos que dejaron una huella particularmente profunda: París y Florencia.
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París nos recibió con esa elegancia eterna que la caracteriza. Caminar por sus amplias avenidas, contemplar sus puentes iluminados y asomarse a cada esquina con historia fue como entrar en un libro viviente. Pero nada se compara con el momento en que por fin cumplimos uno de nuestros mayores sueños: “conocer la Torre Eiffel de noche, por un crucero, es una experiencia que te deja sin palabras”. Verla brillar sobre el Sena, erguida y majestuosa, fue un instante que parecía suspendido en el tiempo. París, con su arquitectura impecable y su legado histórico que respira en cada detalle, nos recordó una y otra vez por qué es una de las ciudades más admiradas del mundo.
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Después llegó Florencia, que nos envolvió con su magia renacentista apenas pusimos un pie en sus calles. “Caminar por las callejuelas de Florencia, hasta llegar al Duomo es maravilloso”: cada paso es un viaje hacia el pasado, un encuentro con artistas, épocas y obras que cambiaron la historia. Y entonces, de pronto, aparece él: “estar frente al Duomo, te deja sin aliento”. Su inmensidad, sus mármoles de colores y su cúpula imponente despiertan un asombro difícil de describir. En medio de tanta perfección, uno no puede evitar preguntarse: “¿cómo lograron hacer cada una de esas maravillas, sin tanta tecnología?” Es un pensamiento que se repite también en París y en cada ciudad histórica que visitamos. La respuesta, quizá, está en la dedicación, el ingenio y la sensibilidad con que generaciones enteras trabajaron para dejar un legado eterno.
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A lo largo de todo el viaje nos maravilló profundamente la admirable conservación del patrimonio histórico, esa decisión colectiva de proteger la belleza para que siga inspirando a quienes la visitan. Cada catedral, cada palacio, cada puente y cada plaza guardan siglos de historia que siguen vivos, invitando a contemplarlos con respeto y emoción.
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Así, estos quince días se transformaron en un recorrido que no solo nos permitió conocer ciudades extraordinarias, sino también cumplir sueños que atesoraremos para siempre. Europa nos regaló paisajes, cultura y momentos que quedarán grabados en nuestro corazón, recordándonos que el mundo está lleno de maravillas… y que siempre vale la pena salir a buscarlas.