Pbro. Jorge H. Leiva
Cuando la mentira es la verdad
Unos años atrás llevé “a dedo” a una señora muy humilde que iba a Ceibas, pequeña localidad del sur entrerriano. Cuando se dio cuenta de que yo era sacerdote comenzó a hablar con sencillez y con mucho respeto de sus aproximaciones a las experiencias sobrenaturales.
Me dijo dos cosas: que era evangélica y que sabía algo acerca de la reciente aparición de la “viuda negra”. Ella daba por contado que yo conocía los dos temas: algo conozco-por supuesto- de las religiones que surgieron luego de la reforma de Lutero en el siglo XVI, pero nada de ese otro fenómeno que según esa buena mujer tiene algo de sobrenatural.
Cuando yo le dije que no sabía nada acerca de lo que esa aparición de la viuda, muy sorprendida, ella me aseguró que su existencia era real porque “salió en Facebook y todo”. Por supuesto que me llamó la atención la autoridad de la fuente citada por esa buena mujer.
Me hablaba de esa red social casi como si fuera un comunicado oficial de las oficinas papales y le parecía imposible que alguien mintiera acerca de un asunto tan grave. No quise contradecirla ni desacreditar su fuente de información y preferí dejarla en lo que en el seminario llamábamos “ignorancia invencible”, por lo tanto, inocente.
Luego averigüé de qué se trataba esa leyenda urbana que versa sobre una señora que ha perdido a su marido, se viste de negro y, presuntamente, se aparece de modo fantasmal en el Parque Quintana. Esta experiencia me ayudó a pensar en la importancia de la información, en el valor de la palabra, en la gravedad del error y la mentira. No es ético decir cualquier cosa porque somos responsables de lo que decimos pues la frase es algo que no vuelve y puede ser ternura o puñal.
El refranero y el cancionero popular hablan del tema: por ejemplo, cuando se canta aquello de “vengo de los pagos de gurí/ y las naranjas” ya sabrán de donde soy. /Donde la gente le abre grande el corazón /y cuando la palabra empeña es documento…”/. En estos versos se describe la belleza de la cultura criolla entrerriana desde el valor de la palabra dada. Recuerdo también a mi viejo obispo Bóxler que traía la atávica frase de los alemanes del Volga: “un hombre es una palabra” y no olvido el dolor que le generaba comprobar que algún leguleyo se dispensara de cumplir lo prometido con hábiles argucias o sofismas. Por otro lado, dice el catecismo: “Toda persona está llamada a la sinceridad y a la veracidad en el hacer y en el hablar.
Cada uno tiene el deber de buscar la verdad y adherirse a ella, ordenando la propia vida según sus exigencias”. Y también viene a mi memoria ese magnífico escrito de la Iglesia que la “mentira es profanación de la palabra”, es decir, que los dicho o escrito tiene siempre algo de sagrado que no debe ser pisoteado para no deteriorar algo tan importante en las comunidades como es la credibilidad. San Agustín en sus Confesiones afirmaba: “He encontrado muchos que querían engañar, pero ninguno que quisiera dejarse engañar” y, por su parte, San Juan Pablo II señalaba: “No existe moral sin libertad [...]. Sí existe el derecho de ser respetados en el propio camino de búsqueda de la verdad, existe aún antes la obligación moral, grave para cada uno, de buscar la verdad y seguirla una vez conocida”. Hoy se da un fenómeno llamado la post verdad y al respecto el papa Francisco dijo en un tuit: “A los medios de comunicación, pido que terminen con la lógica de la post-verdad, la desinformación, la difamación, la calumnia y esa fascinación enfermiza por el escándalo y lo sucio; y que busquen contribuir a la fraternidad humana”. Volviendo a mi encuentro con la señora de la vecina localidad, recuerdo una leyenda que dice que una vez al santo e inocente fraile Tomás de Aquino le pidieron que se asomara a la ventana para ver cómo pasaba volando otro fraile. Él se acercó a ese lugar y, habiendo constatado que todos se reían de él, argumentó que creía más posible ver volar a un fraile que escucharlo mentir. La viejita que me hizo dedo era parecida a ese ilustre santo de la Edad Media, pues ella prefería creer en la viuda negra antes de desconfiar de quien había escrito algo acerca de ella en una red social.
Pbro. Jorge H. Leiva