Cuerpo y alma
Hace pocos días hemos celebrado el triunfo de una criatura, llamada María de Nazaret quien fue llevada en cuerpo y alma a los cielos, según la Tradición.
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Su cuerpo no tenía la ambigüedad de los que estamos contaminados con la soberbia de la caída original.
Es que nuestro cuerpo es capaz de guardar los mejores sentimientos de empatía: llorar de dolor por el sufrimiento ajeno y, también, puede encenderse de ira y llorar, pero de rabia hasta quitar la vida a otro ser con su potencia y con los instrumentos que él maneja.
Asimismo, nuestro cuerpo es capaz de besar para expresar la ternura del alma o para señalar a quien hay que meter preso injustamente (como sucedió una vez en un Huerto). Puede abrir la mano con el gesto atávico de la fraternidad o cerrar el puño con violencias siempre injustificadas; puede cuidar rebaños como Abel o dar golpes fratricidas como Caín.
Como en las películas, el cuerpo puede abrazar para amar o para apuñalar; puede arrodillarse ante Dios Padre o ante una bolsa llena de dólares; puede revestirse del atuendo de los servidores (médicos, funcionarios, docentes, sacerdotes, obrero…, etc.) o puede desvestirse para la fornicación autorreferencial.
Nuestro cuerpo puede ser elegante en función del amor que es la belleza del alma o puede estar mutilado por la ilusión de la inmadura eterna juventud. Puede empuñar un arado o un fusil, poner en marcha la fábrica del pan o fabricar un misil, encender el fuego del pan familiar que nutre o quemar bosques destruyendo la casa comunitaria del planeta. Puede emitir bellas melodías o aturdir con ruidos insoportables. Nuestro cuerpo puede caminar en procesión hacia los santuarios de la vida o participar en marchas de la muerte pidiendo autorización para matar niños.
El cuerpo de María de Nazaret, en cambio, no tiene ambigüedades porque es el cuerpo de la adoración y no de la idolatría, de la caridad y no de la destrucción, del dolor de amar y no del dolor del orgullo herido, de la alegría que da la esperanza y no de las vanas diversiones que da la ilusión.
El cuerpo de María gira en danza en torno al Cuerpo de su Hijo y no en el baile frívolo de las falsas nupcialidades; le canta a las maravillas eternas y no a las estrellas fugaces. El cuerpo de María tiene la dignidad real y, a su vez, la humildad servicial; tiene en la frente Fuego pentecostal que hace arder para realizar lo que se puede cambiar y posee en el corazón aguas tranquilas que calman y serenan ante lo que no se puede cambiar. Sabe de la paz sin perder el sacrificio de amar y de la cruz sin perder la confianza de esperar. Sabe de la sangre que va al Corazón de su Hijo y de la que fluye hacia los miembros del cuerpo de su Hijo. El Cuerpo de María está herido de amor y es capaz de sanar toda dolencia con plantas medicinales regadas en Otro Torrente.