El clericó y el bien común
Una noche estaban en la cantina el grupo de siempre, sentados en los lugares que acostumbraban y alrededor de la misma mesa. Le pidieron al cantinero un clericó, esa mezcla de frutas variadas con azúcar y vino y, para comenzar, cerveza fresca. La conversación derivó hacia la política.
Uno de los parroquianos afirmaba que el problema de esta nación tan querida son los políticos; otro decía que la dificultad es el mismo pueblo argentino tan heterogéneo y cambiante; otro estaba que los sindicalistas no ayudan. Corría la cerveza y uno de los "muchachos" (viejo maestro de escuela) dijo que lo que falta en este país son buenas universidades: "Hay más abogados y psicólogos que filósofos e ingenieros", gritó mientras se secaba con el puño la espuma de la birra, "y tenemos -agregó- pocos egresados en los niveles superiores". Un viejo militante de la política afirmó que ahora hay que tener en cuenta a los movimientos populares y las nuevas generaciones. Indignado, otro viejo militante gritó: "¡Pero ustedes se olvidan que en este país la riqueza está concentrada en manos de unos pocos empresarios e intermediarios ricos y cada vez más ricos!; ¿se olvidan ustedes, además, que los dueños de las finanzas especulan de modo brutal y, en un instante, "fugan las divisas" a otros países, a veces de modo legal y a veces de modo tramposo...?En este punto la charla se puso tensa. La discusión no tenía el nivel teórico del "Banquete" de Platón o de la "glorieta de Ciro" del "Adán Buenos Aires" de Marechal, pero, sin embargo, era de carácter grave y ameritaba una urgente respuesta: se trataba de la felicidad de un pueblo. El cantinero preparaba el cóctel con distintas frutas y escuchaba desde lejos el debate. Escuchaba y pensaba: "lo que da sabor al clericó es la variedad de las frutas..." Uno de los comensales dijo tímidamente: "Me parece que el problema son los medios de comunicación; con la TV y los celulares todo ha cambiado: el desafío son las pantallas". Un señor algo desesperanzado (y despeinado) dijo: "El problema es la familia: los padres no quieren poner límites y los jóvenes no quieren seguir consejos". Alguien de la mesa opinó un poco turbado: "Hay que llamar a la Iglesia". El militante 1 le gritó: "¡Dejate de sotanas!... ¡que los curas se dediquen a sus Misas!".Ninguno de los comensales, envueltos en la discusión, pudo discernir por dónde estaba la solución para la comunidad nacional. El silencio se hizo tenso. Como el viejo maestro percibió el malestar de la mesa, dijo: "Pero, en fin...hemos venido a tomar clericó... ¡Basta de pavadas!" Luego de un rato, desde la barra del bar, el cantinero anunció que el cóctel ya estaba a punto. Cuando empezó a servirlo, los comensales manifestaron su disgusto: a ese trago le faltaba unidad, le faltaba gusto y una buena sazón. El "barman" entonces agregó: "¡Sí! Le falta el toque final a mi brebaje y lo hice adrede. Al cóctel que es la vida de nuestra comunidad nacional le hacen falta la combinación de todas las frutas; es decir, necesita un vegetal que se llama gobierno, otros que se llaman sindicatos, otros que son "agrupaciones sociales"; otras frutas como son las familias sanas, la educación integral, los empresarios y financistas justos y solidarios, los comunicadores serios, las nuevas generaciones responsables y creativas". Un señor de panza grande gritó: "¡A esto le falta el azúcar y el vino!". "Sí, sí...", dijo el cantinero: "Es fundamental eso para el buen sabor".Moraleja: Que no falte, entonces, el vino de la alegría de la amistad social y el dulce azúcar del bien común. Y que en nuestras conversaciones sepamos asumir todas las buenas opiniones en el marco de la amistad social.Pbro. Jorge H. Leiva
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