Escribir entre dos mundos Por César Chelala
Escribir profesionalmente en dos idiomas, castellano e inglés, en mi caso, plantea desafíos estimulantes. Después de más de 50 años viviendo en Estados Unidos, aún me resulta laborioso escribir en inglés. La razón principal es que, incluso después de tantos años, con frecuencia sigo pensando en castellano cuando escribo en inglés. Una explicación plausible es que recién pude tener una inmersión seria en el ambiente anglófono a los 31 años, cuando llegué a Estados Unidos desde la Argentina. A esa edad ya están formadas y consolidadas muchas estructuras lingüísticas del pensamiento. Si bien los niños tienen una facilidad extraordinaria para aprender idiomas —cuanto más pequeños, más fácil—, la ardua tarea de este proceso natural aumenta con la edad.
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26 Octubre 2025
Escribir en ambos idiomas tiene un problema adicional: lo que puede ser apropiado en castellano no necesariamente lo es en inglés y viceversa. Mis primeros borradores de artículos en inglés suelen ser demasiado sobrios, despojados y estructurados, por lo que es necesario seguir editándolos en sucesivas lecturas y ajustes. El castellano permite una forma de expresión más ornamentada, con el uso frecuente de símbolos, circunloquios, analogismos y figuras retóricas, mientras que en inglés hay una economía expresiva no necesariamente más simple, sino simplemente más directa. Esto es evidente cuando se intenta traducir de un idioma a otro, donde la versión en inglés suele ser más corta que la castellana.
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El arte de la exuberancia
En una entrevista publicada en The Paris Review (1984), Julio Cortázar se despacha con unos imperdibles comentarios sobre la escritura, cuando le preguntaron por qué cree que José Lezama Lima hace que un personaje de su novela Paradiso diga que el texto barroco es lo que más le interesa a los lectores de España y América Latina: “Los escritores barrocos, muy a menudo, se dejan llevar demasiado fácilmente en sus escritos. Escriben en cinco páginas lo que se podría escribir perfectamente en una. Yo también debo haber caído en el barroco porque soy latinoamericano, pero siempre le he desconfiado. No me gustan las frases turgentes, voluminosas, llenas de adjetivos y descripciones, ronroneando y ronroneando en el oído del lector. Sé que es muy encantador, por supuesto. Es muy bello, pero no soy yo. Yo estoy más del lado de Jorge Luis Borges. Él siempre ha sido enemigo del barroco; apretaba su escritura como con tenazas. Bueno, yo escribo de una manera muy diferente a Borges, pero la gran lección que él me dio es de economía. Me enseñó cuando empecé a leerlo, siendo muy joven, que había que tratar de decir lo que uno quería con economía, pero con una economía bella. Es la diferencia, tal vez, entre una planta, que podría considerarse barroca, con su multitud de hojas, a menudo muy bellas y una piedra preciosa, un cristal, que para mí es más bello todavía”.
Borges define así el barroco: “Me atrevo a decir que el barroco es un estilo que agota deliberadamente —o quiere agotar— sus posibilidades y raya en su propia caricatura”.
En una charla con el poeta argentino Roberto Alifano, amigo y colaborador de Borges, el escritor rumano Emil Cioran dijo: “El estilo de Borges es inteligente, de concepción matemática, en el que nada se deja fuera y nada falta; su escritura nos hace tocar cada paso de ese misterio inquietante que es la perfección. Creo haber escrito que si Borges me interesa tanto es porque representa un espécimen de humanidad en vías de desaparición y porque encarna la paradoja del apátrida intelectual, de un aventurero inmóvil que se desenvuelve a gusto en diversas civilizaciones y en diversos tipos de literatura, un monstruo magnífico y un condenado, por supuesto”.
Mario Vargas Llosa, en el número de otoño de The Paris Review (1990), cuando se le preguntó cuál era su escritor latinoamericano preferido, respondió: “Si me obligaran a elegir un nombre, tendría que decir Borges, porque el mundo que creó me parece absolutamente original. Y por supuesto, está ‘su’ lenguaje, que en cierto sentido rompió con nuestra tradición y abrió una nueva. El castellano es una lengua que tiende a la exuberancia, a la proliferación, a la profusión. Nuestros grandes escritores han sido prolíficos, desde Cervantes hasta Ortega y Gasset, Valle-Inclán o Alfonso Reyes. Borges es todo lo contrario: todo concisión, economía y precisión”.
Borges recién creyó haber alcanzado un estilo parco, directo y refinado a una edad bastante avanzada. En una de sus conversaciones con el escritor Fernando Sorrentino, se sinceró: “Para llegar al punto de escribir sucintamente, de una manera más o menos decorosa, tuve que llegar a los 70 años”. El hecho de que el mismo Borges abjurara de su escritura juvenil barroca y luego haya permutado por otra llana y directa, no deja de poner en evidencia su acérrima pretensión por lograr despojarse de esa manera de narrar —tan propia de los hispanohablantes— que él consideraba inconveniente por constituir un ornato sobreabundante, alambicado y, por lo tanto, poco estético.
El arte de cortar
En el idioma inglés, uno de los escritores más conocidos por su estilo minimalista y conciso es Ernest Hemingway. Desarrolló la “teoría del iceberg”, según la cual el significado más profundo de una historia no debería ser evidente en la superficie, sino que habría que expresarlo implícitamente, de manera larvada. En octubre de 1954, Hemingway recibió el Nobel de Literatura por “su maestría en el arte de la narrativa, demostrada en su reciente nouvelle El viejo y el mar y por la influencia que ha demostrado sobre un estilo contemporáneo”. Su forma de expresión concisa, casi quirúrgica, de gramática frugal —que acentúa la expresión verbal anglosajona— la desarrolló durante sus años como periodista en el Kansas City Star. El manual de estilo de redacción del Star recomendaba de forma contundente: “Utilice oraciones cortas. Emplee párrafos iniciales breves. Adopte un inglés vigoroso. Sea positivo, no negativo”.
Luego de haber contrastado diversos juicios respecto de las formas en que se resuelven los dos idiomas en que me vi involucrado en el transcurso de mi vida, el lector tendrá cabal comprensión sobre lo que quiero transmitir en lo concerniente a las dificultades y los desafíos a lo que hube de verme sometido. Como corolario de esta rica experiencia, creo que quizás lo más importante sea utilizar un estilo que se ajuste a lo que queremos comunicar. Al final, lo que realmente importa es que el estilo cumpla la función esencial de todo texto: llegar de forma eficaz al lector.
La magia de las palabras
Ya sea en inglés, castellano o cualquier otro idioma, hay una magia especial en las palabras. Acuden a nosotros cuando nos quedamos paralizados y derraman sobre las frases aquellos prodigios que no fuimos capaces de conferirles. Por eso habrá que escogerlas con delicadeza y unción agradecida. Al fin y al cabo, dependemos de ellas. Son nuestros poderosos instrumentos. Ya sea que escribamos en nuestra lengua materna o en la adquirida, la interacción entre ambas enriquece la dicción de los escritores bilingües. Como escribe la poeta y traductora estadounidense Dorothy Potter Snyder: “Aclaro mis pensamientos al decantarlos primero por el filtro de una lengua y luego por el otro, como el café sale claro y fuerte por la colaboración del agua, el papel y el grano. Mis dos lenguas se informan, se cuestionan y se ayudan mutuamente. Juntas, me muestran lo que quiero decir”. Esa, también, ha sido mi experiencia.
© LA GACETA
César Chelala – Médico, escritor y periodista tucumano radicado en Estados Unidos. Ganó el Overseas Press Club por un artículo publicado en The New York Times.