Pbro. Jorge H. Leiva
José Gervasio Artigas y el elogio a los catequistas
El prestigioso profesor rosarino Marcelo Gullo, hombre que tanto bien está haciendo en nuestra desorientada Hispanoamérica, afirma que don José Gervasio Artigas (quizá uno de los estadistas más lúcidos de la América del siglo XIX), luego de ser desterrado, ya no quiso volver más a sus tierras de la Banda Oriental y se dedicó a ser… catequista.
Don José Gervasio Artigas había nacido en Montevideo, allá por el año 1764. Tanto su sólida formación humana y católica, como su contacto con la buena gente de sus pueblos, le habían dado firmes convicciones para ese proceso nacido en Mayo de 1810: En efecto, él creía que debían ser protegidos los productos industriales de las provincias frente al avance del comercio de Gran Bretaña y de los habitantes de los puertos; en segundo lugar, estaba convencido de que los antiguos reinos de España ahora tenían que formar una “patria grande” y, por último, que se debía respetar la noble cultura hispana-criolla y católica. Cuando fue traicionado y derrotado, ya no pudo o no quiso volver porque no quería ver a su gente desunida del resto de las provincias y no quería ser cómplice del avance de los comerciantes que, con grande avaricia, dejaban inermes a las economías regionales. Pareciera, entonces, que como no pudo unir al pueblo hispanoamericano en un solo estado, ni defender a sus queridos productores de la patria profunda, decidió ser un sembrador de la identidad de su gente y se hizo catequista. Quiso reafirmar, como gesto profético y revolucionario, la identidad popular frente a las ideologías foráneas y a las élites, que veían a la gente del interior como “la barbarie”, opuesta a la “civilización” que ellos supuestamente representaban. Quiero decir que -y no es poca cosa- como don José no pudo reformar las grandes políticas e ideologías imperantes, se dedicó a reafirmar raíces desde su identidad de hombre católico, patriota y respetuoso de la cultura popular. Y así dejó este mundo en Paraguay, en el corazón de la patria grande americana, por el año 1850. El poeta uruguayo Francisco García Soler cantó a propósito: “Si no pudo impedir que cayeran las hojas del otoño, se dedicó a regar raíces”. Nada más patriótico, entonces, hoy por hoy en nuestro siglo XXI –y como en tiempos de don José Gervasio – que ser catequista en medio de nuestra gente que pareciera tener los mismos desafíos que aquellos nobles criollos de los tiempos de las independencias.
Cantaba hace un tiempo el compositor uruguayo Rubén Lena acerca del caudillo aquel: “Va alumbrando con su voz, /la oscuridad.../Y hasta las piedras saben,/adonde va”. Con total seguridad que en sus designios, la Providencia tiene guardada para gobierno de nuestras repúblicas americanas a algún buen dirigente, de esos que hasta las piedras intuyen su dirección. José Hernández soñaba con un buen criollo que desempeñara esa tarea: “Y dejo rodar la bola, /que algún día se ha de parar–/tiene el gaucho que aguantar/hasta que lo trague el hoyo, /o hasta que venga algún criollo/en esta tierra a mandar”.
Recemos para que ese dirigente que ha de venir sea reconocido hasta por las piedras, ayude a aquellos que están amenazados por ser tragados por nuevos hoyos (según el decir del Martín Fierro)... y que, además, como “don José” y para alegría de nuestra noble gente, tengan hasta que les llegue la santa muerte, alma de catequistas.
Pbro. Jorge H. Leiva