Pbro. Jorge H. Leiva
Jóvenes y ancianos: de corazón a corazón
Don Atahualpa Yupanqui decía que ser moderno no es “tirar a los abuelitos por la ventana”.
Y así lo expresaba bellamente en su libro “El canto del viento”: “La partícula cósmica que navega en mi sangre /es un mundo infinito de fuerzas siderales. /Vino a mí tras un largo camino de milenios /cuando, tal vez, fui arena para los pies del aire”. En otras palabras, el ser humano tiene una herencia genética en la sangre y una herencia comunitaria en la cultura y, en ella, hay partículas cósmicas, atávicas que vienen desde siglos y largos “caminos de milenios”.
Por el contrario, el individualismo exasperante de nuestros celulares pos modernos es un invento reciente y, quizá, decadente porque nos da la ilusión de que se puede vivir sin los “abuelos dormidos”, sin la memoria de la sangre, sin el “camino de los milenios”. Por eso, sabiamente el papa Francisco ha dicho unos años atrás: “El encuentro y el diálogo entre las generaciones son un tesoro que debemos conservar y alimentar.
En particular, en la relación entre los ancianos y los jóvenes se encuentra el fundamento de la verdadera civilización, la que siempre es transmitida de corazón a corazón.” (16/X/16). ¡Impresionante! Sin ese encuentro intergeneracional de “corazón a corazón” no hay cultura, no hay civilización porque “habitamos en la memoria del alma” y ella sólo pasa en el arte del encuentro entre jóvenes y ancianos.
En esta línea, para los creyentes, el sucesor de Pedro nos propuso el domingo pasado la Jornada Mundial de los Ancianos con el lema: “Su misericordia se extiende de generación en generación”, conforme al canto de la joven María de Nazaret en su visita a su anciana prima Isabel: María, criada en casa de buenos israelitas- sabía que las generaciones que a veces trasmiten odios y rencores también pueden comunicar misericordias. (Dicen lo que saben que los israelitas cuando se encontraban comenzaban a improvisar alabanzas como en una especie de payada: en estas coplas María decía lo que ahora señalamos). “De generación en generación”: así como va pasando la vida de la sangre pasa también el pan de la cultura y el eco de las civilizaciones con sus resonancias de distintos colores. “La amistad con una persona anciana -nos ha dicho el papa- ayuda al joven a no reducir la vida al presente y a recordar que no todo depende de sus capacidades.
Para los más ancianos, en cambio, la presencia de un joven les da esperanza de que todo lo que han vivido no se perderá y que sus sueños pueden realizarse”. Y con respecto a la evangelización nos ha dicho también Francisco: “Sí, son los ancianos quienes nos transmiten la pertenencia al Pueblo santo de Dios. Tanto la Iglesia como la sociedad los necesita. Ellos entregan al presente un pasado necesario para construir el futuro. Honrémoslos, no nos privemos de su compañía y no los privemos de la nuestra; no permitamos que sean descartados”.
En esta semana cultivemos el santo deseo de acompañar a nuestros hermanos mayores, de escucharlos y de exhortar a nuestros jóvenes a que no dejen de comunicarse con ellos para que siga transitándose “el largo camino de los milenios”