Pbro. Jorge H. Leiva
La Pascua, el poder y la responsabilidad
El monstruo de Frankenstein es un personaje de ficción que apareció por primera vez en la novela de Mary Shelley, “Frankenstein o el moderno Prometeo”, y que fue llevada al cine en varias oportunidades.
Se trata de un ser creado a partir de partes diferentes de cadáveres, al cual le es otorgada la vida por su creador, Víctor Frankenstein, durante un experimento. El personaje de repente-lleno de amargura por su deformidad y el rechazo que padece- se vuelve contra su propio hacedor, asesinando a la novia con quien este se iba a desposar
. Wikipedia dice que “el protagonista intenta rivalizar en poder con Dios, como una suerte de Prometeo moderno que arrebata el fuego sagrado de la vida a la divinidad”
. En efecto, en la mitología griega, Prometeo es conocido principalmente por desafiar a los dioses robándoles el fuego en el tallo de la rama de una hierba y darlo luego a los hombres para su uso.
Dice el mito que posteriormente fue castigado por Zeus, el dios supremo de los griegos. Según referencia Wikipedia, en la novela, el hijo de Frankenstein es un símbolo de su orfandad, alienación y carece de sentido e identidad humana, quizá porque fue creado sin amor como un mero experimento. Es, por lo tanto, también símbolo del resultado trágico de una tecnología incontrolada: al mismo tiempo, esa especie de “mito moderno” entronca con leyendas medievales europeas sobre la creación de vida artificial, tales como Fausto o el Golem, en las que el componente mágico o sobrenatural habría sido sustituido por la ciencia…
Nada parecido a la creación del noble arado que tanto ama el labriego para luego moler la harina de los panes maternales. ¿Será la inteligencia artificial o los celulares ese personaje fatídico que termina haciendo daño a las personas? ¿Será que lo que llamamos progreso es “parte de cadáveres” que nos van necrosando? ¿Será que el ser humano no debe crear nada sin preguntarle al Creador acerca de la verdad y la mentira, el bien y el mal, la belleza o la fealdad?
¿Será que cada robot es un Frankenstein que tarde o temprano nos dará terror como en las películas que veíamos en la infancia?
Lo cierto es que “junto con cada progreso aparece un peligro” y que, si bien la técnica creada por el hombre nos hace más sencilla la vida, siempre será necesario acompañar cada nuevo invento con una nueva forma de usarlo, pues no todo lo posible es ético.
Es cierto también, como decían los padres conciliares del Vaticano II, que “a mayor poder, mayor responsabilidad”. Es decir que, retomando el mito griego, si a Prometeo se le permite tener el fuego, será necesario que aprenda a usarlo sin provocar incendios.
Para nosotros, los que pertenecemos a la tradición judeo-cristiana, nuestro “Prometeo” que quiso hacer una creación sin una “razón”, sin un “logos” se llama Adán, pues él tomó del árbol del bien y del mal ¿qué cosa? haciéndose dueño de los discernimientos que sólo pertenecen a Dios. Y para los que pertenecemos al cristianismo, nuestro nuevo Adán es Jesús, el que está lleno del Fuego del Espíritu y no necesita competir con su Padre, y no se vuelve contra las cosas de su Padre porque se sabe haciendo la “cosas de su Padre” (Lc 2), como lo manifestó desde Niño cuando se quedó en el templo a dialogar con los sabios mientras “sus padres lo buscaban angustiados”.
Nos queda preguntarnos en este tiempo de Pascua: ¿Cómo uso las cosas? ¿Cuáles son “las creaciones” que se me vienen en contra? ¿Necesito inteligencia artificial o, en realidad, todavía ni siquiera sé usar la inteligencia natural que Dios me dio? Y si irrumpe en nuestras vidas lo que ahora se llama “inteligencia artificial”, ¿ese instrumento será como el “hijo de Frankenstein” o como uno de los instrumentos que tenía la famosa carpintería en Nazaret hace dos mil años? Eso depende del modo como vivamos nuestra vocación personal.