Pbro. Jorge H. Leiva
La Pascua y la vocación del canto
San Agustín, en el siglo V, exhortaba bellamente diciendo: “Canta y camina” «Canta como suelen cantar los viandantes; canta, pero camina; alivia con el canto tu trabajo, no ames la pereza: canta y camina. ¿Qué significa «camina»? Avanza, avanza en el bien
Según el Apóstol, hay algunos que van a peor. Tú, si avanzas, caminas; pero avanza en el bien, en la recta fe, en las buenas obras: canta y camina. No te salgas del camino, no te vuelvas atrás, no te quedes parado».
Y nos preguntamos nosotros: ¿qué es cantar? Dice el diccionario que es formar [una persona] con su voz sonidos melodiosos y variados o que siguen una melodía musical, es producir sonidos armoniosos o emitir su voz [las aves, especialmente el gallo y los pájaros].
Por lo visto el diccionario habla de lo “melodioso y variado” para hacer referencia a los sonidos, a los que se les puede adjudicar el verbo “cantar”.
Algo así decía Atahualpa Yupanqui: “Pero tratando un versiao,/ande se cuenten quebrantos,/ apenas mi voz levanto/ para cantar despacito./ Que el que se larga a los gritos,/ no escucha su propio canto”.
También don Atahualpa reflexionaba, bellamente, sobre la vocación del cantor diciendo: “Nada resulta superior al destino del canto./ Ninguna fuerza abatirá tus sueños,/ Porque ellos se nutren con su propia luz (…) Sí, la tierra señala a sus elegidos/ El alma de la tierra, como una sombra, sigue a los seres/ Indicados para traducirla en la esperanza, en la pena,/ En la soledad./ Si tú eres el elegido, si has sentido el reclamo de la tierra,/ Si comprendes su sombra, te espera/ Una tremenda responsabilidad. Sí, la tierra señala a sus elegidos./Y al llegar el final, tendrán su premio, nadie los nombrará,/ Serán lo “anónimo”,/ Pero ninguna tumba guardará su canto”.
Pero a veces también el canto significa la desesperación y un modo del “olvido de la nada” (porque hay en nuestros tiempos, cierta “fascinación por la nada” como dice un pensador francés). Por ejemplo, dice el querido rosarino Fandermole: “Si en la mirada dura un fulgor/Atravesando tanto dolor/ Yo canto versos de mi sentir (…) En lo más hondo de esta quietud/Donde ocultó la sangre la luz/ Donde agoniza un ángel guardián/Y se nos pudre el agua y el pan/Yo canto versos del corazón”.
Y finalmente se pregunta en esa misma canción. “Qué más hacer con palabras deshabitadas sino cantar”. Los católicos jamás nos pondríamos a cantar porque el ángel de la guarda esté muriendo o porque “las palabras estén deshabitadas”; pues para nosotros la realidad es totalmente otra.
El Ángel está cada vez más vivo y las palabras están totalmente habitadas por “El que es la Palabra Encarnada”, Jesús. Pero seamos realistas: Cabe repasar en este punto de nuestra meditación, que existe también lo que se llama la cacofonía, es decir, la disonancia que produce la combinación inarmónica de sonidos en una frase o en una melodía. En griego kakós, significa ‘malo’ o ‘desagradable’ y (phoné) significa ‘sonido’.
Lo contrario de la cacofonía es la “eufonía”: La eufonía es, etimológicamente, ‘buen sonido’ y se aplica en la lengua a la sonoridad de las palabras que los hablantes consideran agradable. En una orquesta basta que uno solo de los instrumentos esté desafinado o fuera de tiempo para que toda la pieza musical suene desagradable. Por eso un célebre pensador suizo del siglo XX usaba esta bella expresión.
“La verdad es sinfónica”. De ahí que cuando en nuestras plazas y medios de comunicación suena esa música estridente e invasiva percibimos que estamos en un tiempo sediento de eufonía. Trataré esta semana de sentirme “elegido” para cantar, como decía don Ata: así cantaré con todo mi ser, como me lo sugería san Agustín y el andar por los senderos, a veces tan penosos, estará lleno de las esperanzas que dan las buenas canciones habitadas con la Palabra.