“Cuando en enero de 2025 estuve en las Islas Canarias, me encontré con mi amiga Silvia, compañera de la escuela secundaria, que me invitó a volver a España en el momento en que tomara la baja para cambiar de trabajo y residencia. Así que, para octubre, me mandaron pasaje y allá fui. Llegué a Madrid y me quedé ahí por cinco días, ya que no conocía. Coincidió con el fin de semana de la Hispanidad y pude disfrutar la ciudad y los eventos programados, con la sorpresa de recitales de los argentinos “Miranda” y “Babasonicos”, visitar el Museo del Prado y el Museo Reina Sofía, y descubrir a una artista de principios de 1900, Maruja Mallo; pararme frente al Guernica de Picasso y morir de amor con un Miró.

Luego me encontré con Silvia, Bimba —su schnauzer compañera— y la motorhome, emprendiendo viaje hacia la costa de Alicante. Ciudades como Denia, Altea y Benidorm, cada una con bello patrimonio arquitectónico y costas azul turquesa, donde no dejan de sorprenderme la prolijidad, la limpieza y el cuidado de lo urbano y comunitario. Por rutas impecables llegamos en la Provincia de Girona. Primera parada en Tossa del Mar, un hermoso pueblo medieval en la Costa Brava, hoy refugio de artistas, con castillos y murallas dominando un mar de película. Tanto que me subí a un barco con fondo de cristal para poder apreciarlo, costear esos riscos y meternos en cuevas y calas de arenas blanquecinas.

A medida que subíamos por la costa mediterránea, parábamos en pueblos como San Pere Pescador, Castillo de Montagut, Sant Esteve, La Scala, San Martín de Ampurias y la bella Cadaqués, ciudad de Salvador Dalí. Dejamos la caravana en un parking exclusivo para motorhome, a nueve cuadras del mar, en Roses, ciudad activa y bella, en la que fuimos a merendar al exitoso café de un argentino para luego partir en auto hacia la casa medieval en Vilaür, donde nos alojaríamos, ya que mi amiga (médica cirujana) comenzó a trabajar en una clínica de Figueres.”

(continuará)