Pbro. Jorge H. Leiva
Un laico mártir de nuestro tiempo y de nuestras tierras
En estos días se recuerda la muerte martirial del primer laico mártir de nuestro país, Wenceslao Pedernera.
Viene bien recordarlo en estos tiempos en que necesitamos “arquetipos” que nos ayuden a vivir un verdadero humanismo cristiano en medio de la “civilización en crisis”.
El papa Francisco lo beatificó junto al Obispo Angelelli, al fraile franciscano Carlos y al cura diocesano Gabriel, sacerdote francés, asesinados martirialmente también en esa ocasión.
Wenceslao Pedernera nació en San Luis, en el año 1936. Era de familia humilde y no pudo terminar la primaria por la necesidad de salir a trabajar. Vivió una infancia y juventud en la tranquilidad provinciana disfrutando de la amistad y del deporte.
En Mendoza trabajó en un viñedo y a los 26 años se casó por iglesia con Coca, sólo por complacerla a ella pues él no era hombre de fe. Su esposa fue el instrumento para la conversión de Wenseslao pues en el santuario de la Virgen de la Carrodilla él experimentó el llamado divino a la vida de fe.
Tuvo tres hijas y quiso la Providencia que se vinculara con el Obispo de La Rioja, el Beato Angelelli, con quien desarrolló su tarea de catequista, de agente de Cáritas, de sindicalista y promotor de la dignidad del campesinado riojano, sobre todo a través del movimiento rural de la Acción Católica. Injustamente acusado de “subversión”, luego de varias amenazas, fue brutalmente baleado delante de su familia: al otro día falleció en el hospital de Chilecito no sin antes perdonar a sus agresores y pedir a su familia que no odiaran a quienes lo agredieron con tanta crueldad. Era el 25 de julio de 1976.
El mártir Pedernera nos muestra la fidelidad de la vocación laical vivida hasta el fin según las enseñanzas sociales de la Iglesia vividas en la familia, el trabajo y la comunión con el Pueblo de Dios. Nos enseña a caminar en estado de “sínodo” como nos piden hoy el papa y los obispos adhiriendo a las iniciativas diocesanas. Nos muestra en acción el deber y el honor de la opción preferencial por los pobres, que tantos clérigos, consagrados y laicos asumieron y asumen hoy en nuestra América hispana siguiendo las huellas de los pioneros de la evangelización de estas tierras.
Decía el papa Francisco al comienzo de su pontificado: “La evangelización procura cooperar también con esa acción liberadora del Espíritu. El misterio mismo de la Trinidad nos recuerda que fuimos hechos a imagen de esa comunión divina, por lo cual no podemos realizarnos ni salvarnos solos.
Desde el corazón del Evangelio reconocemos la íntima conexión que existe entre evangelización y promoción humana, que necesariamente debe expresarse y desarrollarse en toda acción evangelizadora. La aceptación del primer anuncio, que invita a dejarse amar por Dios y a amarlo con el amor que Él mismo nos comunica, provoca en la vida de la persona y en sus acciones una primera y fundamental reacción: desear, buscar y cuidar el bien de los demás”
En la “crisis de civilización” no hay tiempo para llorar glorias perdidas: es necesario, como lo hizo el mártir Pedernera, “desear, buscar y cuidar el bien de los demás”; es necesario también recordar que para los cristianos comunicar el evangelio y el catecismo es recomponer la humanidad de nodo integral.
“No podemos realizarnos ni salvarnos solos”. A los creyentes de este tiempo nos toca-entre otras cosas- conocer las enseñanzas de la doctrina social de la Iglesia para servir al bien común, para la gloria del creador, para la verdadera alegría de nuestros corazones y salvación de nuestras almas. Nos toca conocer, celebrar, actuar y meditar…y hacer memoria de nuestros “arquetipos” ante la “crisis de civilización”. Sólo sucederá eso cuando en nuestros “santuarios de la Carrodilla”, con la Madre, nos sintamos personalmente llamados a cumplir nuestra misión como el mártir Pedernera.