Un grito que no encuentra oídos
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social
A todos nos gusta que nos escuchen. Incluso cuando discutimos en casa o con gente de confianza, y notamos que uno se distrae, le decimos "prestá atención, te estoy hablando". Nos duele cuando nos ignoran y llega a ser tan profundo el enojo que, a veces, llega a terminar con una relación de amistad.También hablamos con nuestros gestos, que pueden expresar ternura o desprecio, alegría o tristeza, paz o violencia. Estos gestos y palabras también pueden ser manifestación de reclamos de un grupo o una multitud.Este domingo se realiza la Jornada Mundial de los Pobres, instituida por el Papa Francisco al concluir el Año de la Misericordia. El lema del Mensaje es "Este pobre gritó y el Señor lo escuchó", frase tomada del Salmo 34. En este mensaje el Santo Padre destaca tres verbos: gritar, responder, liberar.Comencemos por el primero: "gritar". La situación de pobreza y miseria no son cuentos para ser relatados de modo naif, ni para recortar las partes que nos molestan. Las situaciones desesperantes de hambre e indigencia son un clamor que llega al cielo. Se pregunta Francisco (y nos pregunta): "¿Cómo es que este grito que sube hasta la presencia de Dios, no consigue llegar a nuestros oídos, dejándonos indiferentes e impasibles?".Recordemos que ante este clamor la sociedad suele dar vuelta la cara. Prefiere aturdirse con otros ruidos. ¿Cuánto lugar ocupó (y ocupa) en las noticias lo relativo a dos partidos de fútbol, si con público solo local o también visitante, si se suspende por la lluvia, quiénes tienen tarjeta amarilla...? ¿Y de los pobres? ¿Los enfermos? ¿Los que pierden el trabajo? No hay proporción entre una preocupación deportiva (legítima) y las situaciones de miseria.En segundo lugar, "responder". Solamente abriendo el corazón, acogiendo la vida lastimada o pisoteada, puede surgir una respuesta de amor y solidaridad. El grito de los pobres no debe paralizarnos sino movilizarnos, sacudirnos de la comodidad para llevarnos al encuentro del otro, reconociéndole como hermano.La Jornada Mundial de los Pobres pretende ser una pequeña respuesta que la Iglesia entera, extendida por el mundo, dirige a los pobres de todo tipo y de cualquier lugar para que no piensen que su grito se ha perdido en el vacío. Probablemente es como una gota de agua en el desierto de la pobreza; y sin embargo puede ser un signo de cercanía para cuantos pasan necesidad, para que sientan la presencia activa de un hermano o una hermana". (Mensaje del Santo Padre para la Jornada Mundial de los Pobres.)El tercer verbo "liberar". Las diversas situaciones de pobreza son producto de la opresión de unos pocos sobre multitudes. Estamos llamados a ser artífices de la liberación de toda una larga cadena de injusticias. La avaricia, el egoísmo, el individualismo son expresiones del pecado en el corazón humano. Y solo Dios nos libera del pecado dándonos la salvación desde la raíz de la existencia.Estamos llamados a acercarnos y tocar las llagas de Jesús en los pobres. No sólo debemos procurar gestos concretos de solidaridad ante las miserias más urgentes, sino que simultáneamente debemos comprometernos para que haya estructuras más justas en la sociedad.Nos dice Francisco que "los pobres son los primeros capacitados para reconocer la presencia de Dios y dar testimonio de su proximidad en sus vidas. Dios permanece fiel a su promesa, e incluso en la oscuridad de la noche no deja que falte el calor de su amor y de su consolación. Sin embargo, para superar la opresiva condición de pobreza es necesario que ellos perciban la presencia de los hermanos y hermanas que se preocupan por ellos y que, abriendo la puerta de su corazón y de su vida, los hacen sentir familiares y amigos. Solo de esta manera podremos "reconocer la fuerza salvífica de sus vidas" y "ponerlos en el centro del camino de la Iglesia" (Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 198)". (Mensaje del Santo Padre para la Jornada Mundial de los Pobres).Se trata de poner a los pobres en el centro de la vida de la Iglesia, de las reuniones, de las actividades pastorales. Pensemos los tres verbos: gritar, responder, liberar. Nos mueven a abandonar las abstracciones y poner manos a la obra.
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