“Fortalezcan los brazos débiles, robustezcan las rodillas vacilantes” (Is 35, 3)
Decía San Isidoro en sus Etimologías que humilde equivale a pegado a la tierra, es decir, pegado a lo más bajo. Tener las “rodillas vacilantes” no es algo bueno en sí mismo pero es la posibilidad de percibir la “fragilidad” y desde ella salir a la búsqueda de la “persistencia” de la que me hablaba en estos días una profesora. Pero para Friedrich Nietzsche –escritor que mucho ha influido directa o indirectamente sobre occidente- la humildad es una falta de virtud que esconde las decepciones que una persona guarda en su interior.
Quizá todos necesitamos remontar el río de la memoria para llegar a la fugacidad y la fragilidad de la infancia y desde ese lugar saber quiénes somos. ¿Puedo responder a la inquietante pregunta acerca de mi identidad si no me remonto hacia mi fragilidad?Al comienzo de su pontificado dijo el papa Francisco: "La humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes". En efecto a veces hay quienes se "autoafirman" desde el saber desmedido (por ejemplo del chismoso), desde el poder desmedido del prepotente, o desde el tener desproporcionado del avaro, del consumista o del egoísta. Pero tampoco es humildad la actitud de quien lamenta su pequeñez porque tiene delirio de grandeza.La humildad llega con "las humillaciones"; por ejemplo las de la pérdida del poder, del honor o del stauts que da el dinero y que deja a la persona ante su realidad, ante su verdad: es que la "humildad es andar en la verdad" decía Santa Teresa de Ávila. No hay peor rengo que el que no reconoce que sus "rodillas están vacilantes" como decía aquel poeta de Israel. Para el sabio, sin embargo, las humillaciones se transforman en oportunidades.No es humildad la actitud de quien lamenta su pequeñez porque tiene delirio de grandeza.La persona humilde es alguien fuerte porque "remonta el furor de la corriente" sabiendo que está llamado a reconciliarse con la infancia de su propio río.Ahora bien: La búsqueda del bien, la belleza y la verdad es ardua; el corazón tiende a aspirar de modo desmedido e inmediato a lo más excelso; la humildad nos ayuda a atemperar ese apetito exagerado.Por otro lado la "magnanimidad" nos ayuda a no desesperar ante la fragilidad y la debilidad de "nuestras rodillas vacilantes".(La palabra "magnanimidad" viene del latín magnanimitas y significa "levantamiento de ánimo". Sus componentes léxicos son: magnus (muy grande), animus (alma, espíritu), más el sufijo -dad (cualidad).Para los que creemos en Jesús es oportuno considerar en este sentido aquello que decía Pablo: "Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza" (cfr. 2 Cor 8, 9). Es sanador reconocer los límites de las propias fuerzas y seguir andando...como lo experimentan los peregrinos de Luján.Decía Leopoldo Marechal: "El surubí dijo al camalote/ no me dejo llevar por la inercia del agua/ Yo remonto el furor de la corriente/ para encontrar la infancia de mi río".El pez que remonta el río va en busca de sus orígenes, del comienzo de la vida y sin embargo lo hace atravesando el furor de la corriente. La humildad lo lleva a la "persistencia". El surubí desmiente a Nietzche.Pbro. Jorge H. Leiva
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