“La fiesta de los muertos”
En estos días viene a mi memoria la celebración del “Día de Todos los Santos” y el “Día de Ánimas” cuando esas fechas eran feriado nacional y la gente acudía a misa y al cementerio.
Mi casa, donde vivo desde pequeña, era uno de los lugares de paso para "el camposanto" y mi madre era muy afecta a las celebraciones, por lo que me hacía participar y cuanto acontecía quedó grabado en mi memoria.Los arreglos comenzaban varios días antes, tanto por parte de la Municipalidad, como de los deudos, quienes pintaban las tumbas, los nichos, los panteones y hacían brillar los metales de floreros, placas y hasta picaportes.El desfile de gente a pie, en sulkys, carros, a caballo, en autos de la época, tanto "de alquiler", como propios, era incesante desde las seis de la mañana, con la fresca, hasta que caía la tarde, ya cuando las campanas anunciaban el cierre de cementerio. Llevaban grandes canastas con ramos de las flores de la estación, sobre todo gladiolos, gypsophila, claveles, mucho fruto de los jardines hogareños. ¡Cuanto más flores, mejor!, para adornar algún nicho que había quedado en el olvido.Las velas que se compraban en el lugar, pero en su mayoría habían sido adquiridas días antes, ardían en la mayor parte de los nichos y tumbas. Los portavelas guardados desde el año anterior, salían a la luz y eran retirados al final del Día de Ánimas por si alguno veía en ellos una buena oportunidad para llevarlo.Los veredones del cementerio se mostraban colmados por el ir y venir de la gente hacia distintos sectores donde duermen el sueño eterno sus seres queridos, entre los que se mezclaban los hombres que alquilaban escaleras para llegar a los nichos más altos.Otra particularidad era no dejar solo el finado; debía acompañarse todo el día, para lo cual se hacían turnos de varias horas o se pasaba todo el día allí, convirtiéndose en un verdadero picnic junto a sus seres queridos; por supuesto, en un ambiente de respeto. Eso sí, no escaseaban los murmullos, las voces destempladas de las conversaciones de amigos y familiares que se encontraban en estas fechas significativas después de mucho tiempo, unos llegados del campo, otros de las chacras, otros de la Capital.Los dos días en que más se agolpaba la gente, como es lógico, eran el 1° y el 2, generalmente calurosos. La congoja inicial se iba convirtiendo en charlas animadas y risas discretas ante los recuerdos que surgían.Como buenos humanos, después de algunas horas había que alimentarse, beber líquidos y descansar, de ahí que surgían sillas, repasadores que oficiaban de manteles que se cubrían con distintas comidas preparadas para la ocasión. Los termos, que ya habían cumplido la función del mate, se llenaban con alguna bebida que se adquiría en el lugar.Mientras tanto, en la capilla se rezaban continuamente oraciones y misas por el alma de santos y difuntos, algo que se conserva en nuestros días, pero con menor frecuencia.¿Qué ocurría saliendo apenas del "camposanto"? Los vendedores de flores y velas se agolpaban en la plaza, en las veredas o estaban apretujados junto al portón de entrada. En las salidas laterales estaban las carpas con sus manjares que iban desde porciones de asado y chorizos, hasta empanadas y pasteles que se podían regar muy bien con bebidas, algunas pesadas de alcohol, de las que algunos abusaban surgiendo carcajadas, discusiones o alguna que otra pelea, mientras los mansos caballos esperaban atados a un poste.Cayendo la noche, una larga caravana abandonaba el lugar levantando polvareda en las calles de tierra, que en ese entonces eran la mayoría, o caminando por veredas desparejas que muchos las recorrían zigzagueando del cordón a pared.Se terminaban los Días de Ánimas como los llamábamos casi todos, quedaban atrás con un gusto a nostalgia y alegría por los reencuentros y por haber velado y agasajado a los seres queridos durante varios días. Creo que el alma de los muertos volvía al lugar para recibir la visita y toda esta ronda se había convertido en una expresión de cálido recuerdo y ternura. Por eso, y a imagen del nombre que le dan en algunos lugares del norte argentino, no lo llamo "Día de Ánimas", sino "Fiesta de los Muertos". Así lo deben sentir los seres queridos que se han marchado al ver que les dedicábamos tantos regalos y tiempo.Graciela Saavedra
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