Malabares - Mario Alarcón Veiravé
Nos sentimos identificados en muchos aspectos con un texto que escribió nuestro amigo Mario Alarcón (H), por lo que lo compartimos con ustedes.
Desde hace un tiempo a esta parte me convertí en un inesperado malabarista. Súbitamente manos silenciosas, invisibles y llenas de malicia me empujaron a un escenario iluminado bajo la atenta mirada de la audiencia. De pronto, al sentir el calor de las luces, tuve que comenzar de manera casi automática a realizar piruetas imposibles para la torpeza que me caracteriza. Y en eso estoy. Arremeto con alocados e ineptos movimientos sin solución de continuidad, obligado a manejar todas las variables del equilibrio ante un público atento y silencioso. Agito brazos para evitar que el ánimo no toque el piso, mientras observo desesperado que el optimismo no se rompa en mil pedazos. Que la voluntad no decaiga y que no se corra el maquillaje de mi rostro para que mi angustia e incertidumbre no sean tan notorias a la vista del público. Uno se debe a su audiencia, pienso con lógica coreuta.
De pronto, a punto de hacerse trizas, una carcajada alegre de esas que resuenan mucho tiempo dentro de uno, se salva del suicidio gracias a la mano impensada de un amigo de la infancia, que desafiando las leyes newtonianas y contrariamente a todo lo aprendido en las aulas, extiende sus brazos desde mi querida provincia para ayudarme a concretar ese milagro. Emociones, pensamientos y actitudes giran alocadamente a mi alrededor, al compás de un ritmo sincopado y complicado de seguir. En el medio del pandemónium afino mejor la vista. Veo que mi pierna, con un movimiento que sólo Houdini o Messi podrían lograr, llega hasta aquel amigo lejano para ayudarlo en su esforzada tarea en este presente de equilibrio inestable. Percibo entonces un gran ballet de saltimbanquis, tembloroso y desordenado. Puedo reconocer a mi familia, los amigos de la infancia, del Coro, del trabajo, de la facultad, los compañeros de la secundaria... Todos agitamos extremidades en un festival de piernas, brazos y torsos que nos movería a la risa si no fuera por la densidad del momento. Observo otro poco más, y ahí empiezo a relajarme. Me doy cuenta que estamos todos, cada uno con su estilo, esforzándonos de manera empática en movimientos concatenados y casi sincrónicos con las acrobacias de nuestros seres queridos. Cada uno cooperando con el otro para que todos estos números circenses y repentistas tengan un buen fin.
Espero que pronto todas estas pésimas piruetas de semáforo sean un mal recuerdo. Por mi parte no me olvidaré que gracias a los esfuerzos de los que están a mi lado, mis volteretas lograron su cometido. Ojalá que las mías hayan podido ayudar a alguien.