Mario Alarcón Veiravé:
Recuerdo de los comentarios ciclísticos junto a su padre. Tour de France
Todo este tiempo supuse que la pandemia también había arrasado con esa competencia. Pero ahí estaba el aviso en la tele: "seguí con nosotros el Tour de France 2020 desde el 29 de agosto".
El pensamiento, que muchas veces nos sorprende con su vértigo, me sugirió: le tengo que avisar a Papi. Al mismo tiempo otra parte del cerebro, también de manera inmediata, deshilachó la idea y me ubicó de una trompada en la realidad. No habría más charlas de ciclismo con Papi. Este tipo de impulsos repentinos no son una novedad para mí. Ya me había pasado antes en los meses posteriores a la partida de un ser amado. Cuando era estudiante y volvía de tanto en tanto a Gualeguay, después de abrazar a Mami, encaraba para la casa de mi abuela que lindaba con la nuestra. Eran solo uno o dos pasos iniciales, hasta que el lado no emotivo del cerebro me mandaba la información fría y certera… Otras veces, cuando alguna hermosa noticia me inundaba de alegría, mi brazo se movía casi de manera automática hacia el teléfono para llamar a Mami y contárselo. Entonces la parte racional hacía su trabajo y derrumbaba a pico y pala la emoción del primer impulso. Otra vez el mismo desencanto. los últimos años, buena parte de mis conversaciones con Papi, cada vez que lo visitaba en su departamento, estaban referidas al Tour de France, el Giro de Italia o la Vuelta de España. Sobre todo en esos meses del verano europeo en que se desarrollan esas carreras. Mateando en su casa, intercambiábamos opiniones sobre tal o cual etapa. Que Nairo Quintana, que Chris Froome, que el trabajo de los gregarios, me decía que no soportaba los gritos eufóricos del relator mientras que a mí no me disgustaban tanto porque reflejaban la pasión del tipo por ese deporte, etc, etc.
Mi viejo, al que nunca vi montar una bicicleta, era un enamorado del ciclismo desde que tengo uso de razón. Cuando yo era chico, como todo gurí, seguía a mi papá para todos lados. Lo acompañé a muchas de las reuniones de la comisión del Club Ciclista Gualeguay de la cual él era miembro. Algunas se hacían al fondo de la verdulería Viviani en calle Belgrano, casi enfrente al Club Bancario. En esa época, junto con otros entusiastas de las dos ruedas a los que no voy a nombrar porque me voy a olvidar de muchos, trabajó para impulsar ese deporte en nuestra querida ciudad. Eran años de gloria para el ciclismo de Gualeguay, o al menos es el recuerdo que tengo. La actividad era importante porque se hacían numerosas competencias que reunían mucho público. Las que me vienen a la memoria se hicieron varias veces alrededor de Plaza Constitución, un campeonato de velocidad sobre la calle Melitón Juárez con la llegada frente al Gran Hotel Gualeguay, varias ediciones de la doble Gualeguay, una de ruta con tramo de tierra por Calderón, y otras competencias sobre la Avenida Illia frente a lo que era la Cooperativa Eléctrica. Fue en este lugar cuando en un final rueda a rueda, la persona que empuñaba la bandera a cuadros, seguramente contagiado por la emoción de ese final apretado, le bajó la bandera al ganador con tal ímpetu y pasión que le partió el palo que sostenía el trapo bicolor en el lomo del pobre ciclista quien probablemente se lamentó por un instante el haber ganado. Las carcajadas de los presentes resonaron varios segundos, pero en mi memoria lo hicieron toda la vida. Era la época de gloria de Federico Pico Carbone, el que en mi recuerdo de niño era un velocista imbatible a quien admiraba desde mi baja estatura. Una noche la carrera transcurría en un circuito que abarcaba las calles San Antonio y 25 de Mayo con la llegada ubicada frente al Cine Mayo. Esa vez el embalaje final lo ganó Tabordita, quien aprovechó una rodada general en la última curva antes de la recta final. Y de pronto se vio de cara a la bandera a cuadros ante los gritos de alegría de quienes lo queríamos. Muchos recuerdos de aquella época. El día que Papi me presentó en Victoria a Roberto Breppe, un gran ciclista de Paraná. Le extendí mi pequeña mano con profundo respeto a ese tipo que veía pasar al borde de la ruta casi volando…
Tuve varias bicicletas. De todas tengo hermosos recuerdos. Cada una de ellas me dio grandes alegrías y emociones. La brisa en la cara, el silencio en la ruta, las ganas de ver que se esconde detrás de la siguiente curva, el compartir ese sentimiento de libertad con otros amigos pedaleros en el medio del campo. Una vez leí una frase que resume el amor que los ciclistas tenemos por ese viejo y hermoso invento de la humanidad y que decía: “la única cadena que te da libertad”… Doy gracias por poder pedalear todavía…Y también le doy gracias a mi viejo por haberme inculcado el amor a la bicicleta. Este año es muy distinto para todos nosotros. Los hechos han puesto al mundo cabeza abajo. Y encima, para ahondar ese sentimiento de tristeza que impregnan a estos días inciertos, cuando llegue el Tour de France no podré comentarlo con mi viejo.