TODA ÉPOCA FUTURA FUE CULTURA
Nuestro propósito es generar un lugar de lectura y pensamiento crítico respecto de lo que podemos denominar malestares de la época, de modo que iremos haciendo del pensar un método, a fin de desnaturalizar los lugares comunes en los cuales diversas instituciones fueron cristalizándose. Esperamos que nos acompañen en este recorrido, que ya es todo una apuesta.
Freud, en El Malestar en la Cultura, contesta a un interrogante, que según él, es difícil equivocar la respuesta. Se pregunta, a qué aspiran los hombres, o qué esperan de la vida: "...aspiran a la felicidad", dice. Para lograr esto, continúa, tal aspiración tiene dos fases: evitar el dolor, y por otro lado "experimentar intensas sensaciones placenteras". Este texto nos servirá, en esta ocasión y más adelante, para pensar muchos aspectos de la época. Nos servirá, fundamentalmente para preguntarnos por qué la cultura produce un malestar y qué puede decir ahí el psicoanálisis.Sin desmentir el párrafo anterior, el fin del presente artículo no es hacer un tratado del mencionado texto. Sin embargo, creemos preciso sustentarnos en él por dos motivos: primero porque somos efecto de la cultura; segundo porque nos autorizamos como psicoanalistas, de modo que pensamos en términos de subjetividad, que por otro lado también es efecto y está sujeta a lo que la cultura produce en cada momento histórico. Consideramos que el padecimiento humano es producto de las tensiones que provoca el deseo de cada sujeto frente a las limitaciones que la cultura le impone.Esta breve introducción nos servirá en tanto que estamos esbozando el lugar desde el cual estamos hablando. Somos agentes de un discurso, y tenemos que hacernos responsables como profesionales. En este sentido es que no queremos dejar de mencionar un hecho cercano en el tiempo que ocurrió en nuestra ciudad. Nos referimos a un hecho de barbarie, producto de la locura que avanza en estos tiempos. Cuando decimos "locura" no lo hacemos como justificativo ni atenuante, sino para poner de relieve lo que la época actual nos está develando casi a gritos. Y es que estamos sangrando una herida irrevocable mediante la cual nos encontramos navegando empapados por la misma sangre que se ha derramado en tantas otras ocasiones. Esta herida causa dolor, y el dolor es un afecto que pasa por el cuerpo; por lo tanto no tiene, en principio, anclaje en la palabra. Es un dolor, que quizás remita con gritos, que más tarde llamarán a las palabras. Ahí, como algo necesario, comenzará el duelo a tallar, artesanalmente, un trabajo psíquico que es normal y pasajero, a fin de que se abran los interrogantes necesarios para ir más allá de la perplejidad que la escena vivida produjo y produce.Así mismo, consideramos de gran importancia el rol que cumplimos cada uno de nosotros en la sociedad y en las diferentes instituciones de las que somos parte (Familia, Iglesia, Escuela y Estado) para pensar, entre otras cosas, la manera en que Gualeguay alzó su voz y se pronunció desde los angustiantes y fervientes días de su búsqueda hasta la perplejidad siniestra de su encuentro. Y la palabra siniestra la escribimos con precisión, porque vivimos algo siniestro. Desde el psicoanálisis podemos decir que lo siniestro es "aquella suerte de espanto que afecta a las cosas conocidas y familiares desde hace tiempo" (Freud, 1919). Entonces, cómo es posible que algo tan conocido como nuestro pueblo, como lo hogareño de nuestra ciudad, se torne desconocido. Esto desconocido es transmitido en la narración que a través del tiempo se escribe en la sociedad, pero es transmitido en silencio, por lo bajo, en el popular "mejor no hablar de ciertas cosas". Nuestro instrumento, nuestro medio son las palabras. Por este motivo es que hay que dejar de lado viejos discursos y empezar a hablar de "ciertas cosas". En efecto, esto puede que sea el comienzo de algo, puede que empecemos a decir de una vez por todas, que no es otra cosa que pronunciarse. Y pronunciarse es hablar pero también saber que allí donde las palabras faltan, producto de la angustia, nosotros como pueblo pusimos el cuerpo en la plaza, para que luego, como dijimos al comienzo, las palabras comiencen a anclar, y con ellas la reflexión y el debate comiencen a aparecer.Volviendo al comienzo del artículo, es necesario aclarar que cuando Freud dice que el hombre aspira a la felicidad no lo está diciendo de manera ingenua. Por esto, a nuestro criterio, es que da ese nombre al texto; porque evidentemente el hombre fracasa en la búsqueda de la felicidad, como también fracasa en cualquier intento de evitar el displacer. Si bien consideramos que la cultura depara un lugar que nos nombra como sujetos (sujetados a la ley y al deseo), también promueve malestar. Por esto decíamos que el padecimiento es causa, por un lado, de las prohibiciones y restricciones impuestas por la civilización, sumado a las renuncias libidinales concomitantes a esas prohibiciones. Este doble proceso: prohibición impuesta y renuncia como efecto, se produce como condición para que un sujeto sea miembro de una cultura. Dicho de otro modo: "sujeto del malestar en la cultura".Si pensamos a la mujer en este proceso que formulamos alrededor de la cultura, S. Freud en el mismo texto plantea que ellas eran quienes sostenían los intereses de la familia y la vida sexual, mientras que los hombres se dedicaban a los "quehaceres de la cultura". Estos quehaceres, supuestamente, se manifestaban como un obstáculo para la mujer. Es decir que desde tiempos remotos, el lugar que ocupó lo femenino en la sociedad era reducido a la vida hogareña, es decir "más acá de las paredes", dando lugar, de esta manera, al despliegue de su "malestar" en la cultura. De tal manera que no nos puede ya sorprender el impacto que la cultura patriarcal tuvo y tiene todavía en la construcción de la subjetividad masculina que se sostiene a partir de la donación de determinados estereotipos, que flamean como banderas de ideales impulsados a partir de la fuerza, la valentía, la proveeduría, etc. Ideales que son transmitidos desde los primeros tiempos de formación como sujetos. Sirviéndonos de las palabras del sociólogo Pierre Bourdieu, podemos decir que este ejercicio del poder masculino en una cultura, lleva el nombre de "dominación masculina", ya que el orden del mundo con sus prohibiciones, sus sentidos, direcciones y sanciones, esconde relaciones de dominación que al naturalizarse hacen aparecer las condiciones de existencia más intolerables, como perfectamente aceptables. La dominación masculina es un ejemplo de esa dominación ejercida por medio de la violencia simbólica que por siglos es sostenida tanto por hombres como por mujeres. En palabras textuales:"Las estructuras de dominación son el producto de un trabajo continuado -histórico por tanto- de reproducción al que contribuyen (...) los hombres con unas armas como la violencia física y la violencia simbólica y unas instituciones: Familia, Iglesia, Escuela, Estado".Para concluir, podemos pensar que el llamado "femicidio", que nos interpela cada 18hs, tal vez se está instalando como el nuevo "malestar" en la cultura. No porque antes no haya existido (y de eso nos ocuparemos más adelante), sino porque en la época actual se han visibilizado estas formas de violencia que antes estaban veladas. Evidentemente en la "cultura del patriarcado", hay algo heterogéneo del género femenino que no está alojado, por decirlo amablemente.Conocer los diversos modos en que la cultura va produciendo subjetividad respecto de lo femenino, por ejemplo, en distintas épocas, nos permite llegar al día de hoy posicionados desde otro lugar, seguramente con más dudas e interrogantes que con respuestas, pero de algún modo se empieza.BIBLIOGRAFÍA-Freud, S: El malestar en la cultura (1930). BIBLIOTECA NUEVA. Bs. As., 1ª ed., 3ª. Reimp.-Freud, S: Lo siniestro (1919). BIBLIOTECA NUEVA. Bs. As., 1ª ed., 3ª. Reimp.-Bourdieu, P: La dominación masculina (2000). Editorial anagrama.Escriben: -Eugenia Lacorazza, psicoanalista. -Mail: eugenialacorazza@hotmail.com-Facundo Lescá, psicoanalista.-Mail: lic.facundolesca@gmail.com
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