P. Pedro Brassesco: Su viaje a Tierra Santa y Roma
“Una experiencia que nos ha llenado el corazón”
Finalizado su viaje a Tierra Santa y a Roma que realizara con los sacerdotes Mauricio Landra y Gregorio Nadal, el P. Pedro Brassesco nos entrega su visión, su emoción y reflexiones que nos acercan vivamente a esos lugares.
"En un sector de la Basílica del Santo Sepulcro, en Jerusalén, hay un símbolo que representa el lugar exacto del centro del mundo. La guía aclara que no se trata del centro geográfico, sino que así está considerada bíblicamente. Es que en el mismo espacio geográfico confluyen y conviven las tres religiones monoteístas más importantes. Ellas tienen en el radio de unas pocas cuadras, algunos de sus lugares más sagrados. Se percibe la diversidad de culturas, de religiones, de estilos de vida.Algún sacerdote comentó que así como los musulmanes tienen que peregrinar a La Meca al menos una vez en su vida, los cristianos también tendríamos que conocer la tierra donde nació, se crió, predicó, murió y resucitó Jesús. No porque Dios quisiera canonizar estos lugares sino porque al recorrerlos uno se da una mejor idea de las imágenes que se utilizan en el Evangelio y en toda la Biblia.La persona de Jesús y su mensaje trasciende este territorio, pero es muy fuerte saber que Él estuvo ahí. Una tarde celebramos la Eucaristía en la parte católica del Santo Sepulcro, la iglesia que alberga los lugares donde Cristo murió, fue enterrado y resucitó. Mientras esperábamos, había un momento de adoración eucarística. Dos mil años después, estábamos con Jesús verdaderamente vivo frente a nosotros en el lugar donde se había encontrado con María Magdalena, a metros de la piedra sobre la que reposó su cuerpo sin vida. Y esa es la maravilla de nuestra fe. Poder encontrarlo a Dios en cualquier lugar e iglesia. Saber que Jesús está presente en los sagrarios en todo el mundo y que no es un recuerdo del pasado, sino una realidad del presente.Caminar por Tierra Santa es acercarnos a los paisajes concretos, distintos en muchos casos a los que las películas han puesto en nuestras retinas. Distancias que no son tan grandes, alturas más pronunciadas, un clima diferente. La Jerusalén antigua es, para nuestra idea actual de ciudad, un pueblo pequeño. Unas pocas cuadras separan un punto de interés de otro. El lugar donde murió Jesús estaba algo elevado, pero no tanto. En cambio el Monte Tabor, donde fue la Transfiguración, sí es una montaña significativa desde donde hay un panorama de la geografía de la región. En el desierto hay una neblina permanente que no es tal, sino la tierra y arena que vuela por el viento y que hasta opaca el brillo y la intensidad del sol.Las experiencias e imágenes son difíciles de transmitir con palabras, o acaso es algo imposible, pero nos ayudan a compartir sentimientos y vivencias. A cada uno le impacta de manera distinta tomar contacto con estos lugares. Si uno quisiera acercarse con un interés meramente histórico se desilusionaría al saber que es imposible tener la certeza científica de la localización precisa después de tanto tiempo, guerras y destrucciones. Si en cambio uno lo hace desde la fe no puede hacer otra cosa más que maravillarse al tocar el lugar donde nació Jesús, ver cómo era la cueva del pesebre, lo difícil de caminar por montañas sembradas de piedras de basalto, encontrarse entre las paredes donde Jesús vivió durante 30 años en Nazareth.Un momento significativo fue navegar por el Lago de Genesaret. Esas mismas aguas en la que Jesús llamó a sus discípulos, caminó sobre el mar, calmó la tormenta, predicó y a cuyas orillas esperó resucitado a sus amigos que habían vuelto a la pesca desanimados luego de su muerte. Recordé varias veces las palabras de Jesús: "navega mar adentro". Se trata de su permanente invitación a no quedarnos en la seguridad de la costa. A animarnos a introducirnos en aquellas aguas donde se pone más a prueba nuestra confianza en Dios, sabiendo que sólo Él hace posible que la pesca sea abundante.El recorrido continuó por otras ciudades de Israel donde predicaron los primeros apóstoles, hasta llegar a Roma, donde tuvimos la posibilidad de saludar dos veces al sucesor de Pedro, el Papa Francisco. La primera vez, dentro del Vaticano, fue una ocasión para conocer dependencias llenas de arte e historia. La segunda, en la plaza, fue también la posibilidad de sentir el calor de las miles de personas que se reúnen para escucharlo y saludarlo. El amor del pueblo por su pastor, el vicario de Cristo en la tierra, es intenso.La primera sensación que uno tiene al hablarle al Papa es que escucha en serio. Presta atención. Si bien uno después se da cuenta que el tiempo ha sido mínimo, el Papa no parece estar apurado, aunque todo en su entorno busque cumplir con los tiempos y el protocolo. Encarna lo que él mismo nos viene enseñando acerca de una cultura del encuentro, donde la cercanía es esencial y para ello el primer paso es la escucha.Luego uno se siente lleno de paz. Es algo inexplicable. No es alegría o euforia por el saludo, sino serenidad. Uno también se da cuenta después que el Papa no ha dicho mucho, casi nada, pero todo lo ha transmitido con su presencia, sus gestos, su mirada, su sonrisa.Durante los días en Roma tuvimos la posibilidad, junto a un grupo de la Facultad de Derecho Canónico de Buenos Aires, de conocer cómo se trabaja en el Vaticano. Nos recibieron en varios dicasterios (ministerios) en los cuales se llevan adelante temas específicos del caminar de la Iglesia en el mundo. Nos decían quienes ya habían ido años anteriores que hay un clima distinto, de mayor receptividad y cordialidad, más adecuado a lo que insiste el Papa en relación al servicio y disponibilidad. Se perciben rápidamente cuáles son los temas centrales y las preocupaciones: las familias, los nuevos procesos de nulidad matrimonial, la misión, la educación, la vida religiosa y los sacerdotes, etc. En el Vaticano no trabaja mucha gente. Lo esencial para cada ámbito e incluso a veces las oficinas parecen estar un poco vacías. Se nota el gran profesionalismo en el ordenamiento y conservación de todo lo existente en archivos y bibliotecas.También tuvimos la posibilidad de visitar y conversar con argentinos que actualmente viven y trabajan allí. No son muchos y más bien la mayoría venía haciéndolo desde antes de la elección de Francisco. Es que el Papa no ha llevado su gente, todo lo contrario, se ha valido de la estructura en funcionamiento. Pero decir que uno es argentino en Roma no es una extrañeza, hay cientos y cientos todo el tiempo de turismo o por otros motivos.El viaje nos abre la posibilidad también de conocer otros lugares de Italia cercanos a Roma. Cada uno con su historia y particularidades. Así uno también valora lo suyo y lo ubica en un contexto más amplio. La diversidad nos hace más comprensivos, pero también nos estimula a volar más alto, a navegar más adentro, reconociendo que nuestras fronteras a veces son existenciales.Una experiencia que nos ha llenado el corazón y nos recuerda que en la inmensidad del tiempo y el espacio somos casi como una pieza de un rompecabezas, pequeña, pero necesaria para completar el paisaje."
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