Muchas veces los temas coyunturales nos llevan a perder de vista una gran gama de debates que todavía no están saldados en el diálogo público nacional. Otras veces, los asuntos de agenda nos disparan una serie de mensajes y situaciones que nos invitan a reflexionar sobre las mencionadas discusiones en la arena pública. Tal es el caso del G20, un encuentro entre líderes, gobernantes y funcionarios de diversas naciones del planeta que nos propone analizar, como ciudadanos argentinos, qué rol cumple nuestro país en el escenario mundial. A propósito, existen dos nociones para discutir esta cuestión. Ambas ya fueron encaradas desde esta columna de opinión hace un tiempo atrás. Dadas las circunstancias que el G20 propone, es pertinente volver a tomarlas para su análisis. Ellas son las concepciones de “globalización” e “independencia”.
La globalización es un fenómeno inevitable en la historia humana que ha acercado al mundo a través del intercambio de bienes y productos, información, conocimientos y cultura. En las últimas décadas, esta integración mundial ha cobrado velocidad de forma espectacular debido a los avances sin precedentes en la tecnología, las comunicaciones, la ciencia, el transporte y la industria. La conexión entre los distintos Estados a nivel internacional posee actualmente una fuerza dinámica y animosa que nos lleva a hablar muchas veces de la tan famosa aldea o comunidad global. Entonces en este contexto, ¿hasta que punto se puede llegar al ideal del concepto de independencia? Por allá en los albores del siglo XIX se fue forjando en nuestro continente una visión que apuntaba hacia la libertad y el progreso de los pueblos americanos, una mirada que pretendía terminar con el yugo de la metrópoli por sobre las colonias, una idea de autodeterminación y soberanía absoluta. No obstante, ¿Qué pasó? Quiero decir ¿Cómo estamos a doscientos años después de las pretensiones de tales proyectos? Globalización e independencia son dos conceptos que entran en disputa desde la germinación de ambos. Aún más considerando que el fenómeno globalizador no es llevado adelante por todas las naciones en igualdad de condiciones. La globalización es un plan manejado y orquestado por los poderes fácticos mundiales que inclusive se ubican por arriba de muchos países. Y es así que el progreso, la libertad y la soberanía chocan de frente con las aspiraciones de los sectores antes mencionados. Cuando nuestro próceres pensaban en la independencia no desechaban de ningún modo la unión entre pueblos que también propuso la globalización más adelante, sólo que los primeros la consideraban en sintonía con la autodeterminación de las naciones. Los verdaderos controladores de la ya expresada globalización cuando pretenden subirse al "tren globalizante" lo quieren hacer como dueños y maquinistas de la formación, por encima del derecho soberano que cada territorio posee. Nadie niega las virtudes que la globalización le trajo al mundo, sólo se pone en debate las posibilidades que esta le deja a la noción de independencia para que se lleva a cabo. Cuando observamos que múltiples Estados experimentan el establecimiento de, por ejemplo, clases políticas y económicas de la mano de entidades foráneas, todo nos hace pensar que el ideal independentista tiene sus limitaciones. En fin, cuando existe la globalización y ésta es manejada por unos pocos, los proyectos de independencia suelen verse afectados e inclusive obstaculizados. La autodeterminación de los pueblos muchas veces puede socavar los intereses de los dueños del plan globalizador y esto hace entrar en pugna a ambas nociones.Julián Lazo Stegeman