La inseguridad y los discursos acerca de ella
Ya hace un largo tiempo, nuestro país experimenta cotidianamente hechos delictivos. Esta situación se percibe desde las grandes ciudades hasta las localidades más pequeñas. . Sin lugar a dudas, no es sencillo posicionar un punto de partida para el agravamiento de esta contingencia. No obstante, se torna coherente marcar de forma aproximada el origen histórico de estos elevamientos en materia inseguridad. Aún más en estos momentos donde las elecciones legislativas abarcan casi toda la agenda pública y las soluciones a los asuntos delictivos abundan en los discursos de los candidatos.
La inseguridad ciudadana nace y se concreta en la actualidad como un fenómeno social en comunidades que poseen diversos niveles de desarrollo económico, diferentes semblantes culturales y gobiernos de distinto signo, no pudiéndose marcar, por tanto, distinciones simplificadores para definir factores asociados a su aumento y modos de manifestación. En este sentido, no existe una encasillamiento general que pueda identificar rasgos uniformes conectados a las particularidades que posee esta problemática. Sin embargo, se puede dilucidar un patrón que suele establecer varios ejes de debate y de posibles soluciones: la cultura, y de allí el rol que cumple la educación en este contexto. Durante la década menemista de 1990 se estableció firmemente en nuestro país el modelo económico neoliberal importado por la dictadura a partir de 1976. De esta forma, se produjo un verdadero cambio en Argentina tanto a nivel social, político, económico y cultural. Si bien las políticas que derivan de esa doctrina fueron importantes en distintos países del mundo, en naciones como la nuestra, denominadas emergentes, significaron la generación de efectos sumamente dramáticos. La fuerte desregulación económica, complementada con el debilitamiento atroz de las funciones del Estado, más los beneficios que recibieron unos pocos, sumaron nuevos y graves focos de exclusión social a los ya existentes. En estos territorios, surgió durante esos años, una sociedad signada por la disparidad y la polarización. Esta coyuntura fomentó que muchos elementos perecieran o se degradaran, tal fue el caso de la cultura del trabajo y la educación, ambas reemplazadas por una especia de cultura delictiva. Y esto no solo abarcó a las clases humildes y sin privilegios. Sino que toda la hecatombe estatal desatada por esta nueva ideología, le otorgó al poder público y empresarial espacios ilegítimos para que pudiesen hacer lo que quisieran.Así, la cultura del "todo vale" se ha ubicado fuertemente en la Argentina desde los estrenos del siglo XXI. La seguridad individual de las personas, la cual es una de las primeras obligaciones de las que el Estado debe hacerse cargo, se rompe con facilidad asombrosa. La sociedad civil, en este entorno, se aglutina bajo un profundo temor. Esta cultura delictiva, se ha ido derivando de generación en generación desde aquellos primeros ciudadanos que quedaron excluidos por el sistema, sin oportunidad de educación, vivienda, salud o trabajo. Y es esa misma sociedad excluyente la que les quitó las posibilidades de revertir ese círculo vicioso. Quedando sumergidos en la desidia de un parámetro cultural que los suele llevar al crimen, a la cárcel o inclusive a la muerte. En este entramado, se ven afectados el resto de los ciudadanos.En las incipientes comunidades cada vez más complejas, la única solución a este problema, a mi entender, es el correcto uso de la educación para provocar un cambio cultural en aquellas personas que se sumergen en el desenfreno del delito. Y esto es responsabilidad de las esferas estatales, deben hacerse cargo de este problema desde su raíz pero a la vez contenerlo cuando se vuelve cotidiano y todos los individuos son permeables a coexistir con esa negativa experiencia. No soy adherente a los pedidos de "mano dura", en lo mas mínimo. Sostengo firmemente que la educación es la clave para este asunto en lo que respecta a las clases más humildes. Pero además, considero que en el ámbito político-empresarial, tanto público como privado, debe haber un replanteo en el tema corrupción. Ya que si las cúpulas de poder más altas están contaminadas por las ilegalidades, las soluciones se vuelven utópicas. Es cierto que también se requieren, para recomponer el asunto de la inseguridad, estrategias que en el corto plazo den respuestas favorables al ciudadano y en el largo, reviertan la situación. Asimismo, la oportuna elaboración y ejecución de una política con su correspondiente plan de acción facilitaría la implementación de las medidas de seguridad para el combate contra la delincuencia. No se puede negar tampoco que el no compromiso de los gobiernos de turno con respecto a esta cuestión, la falta de una acción legislativa coherente desde el punto de vista penal y la carencia de una adecuada política general desde la Justicia en la que se contemple la rápida y efectiva resolución de los casos penales dificulta el problema. En este plano, la policía a lo largo de nuestro país es parte de la solución pero también conforma en ciertos aspectos la problemática. Por lo tanto, es imperioso un mejoramiento de las fuerzas policiales tanto en su capacitación, sus condiciones de trabajo, su infraestructura, equipamiento y limpieza de los distintos segmentos que pudiesen estar corrompidos. Todo esto debe ser ejecutado sobre una matriz fundamental, como ya expliqué más arriba, la educación para cambiar el paradigma de la cultura delictivaJulián Lazo Stegeman.
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