Espacio Literario
Hoy, Fray Mocho y “El clac de Sarmiento”
José S. Álvarez nació en Gualeguaychú, en 1858 y falleció en Buenos Aires en 1903. Desde joven sus amigos lo apodaron “Mocho”. Terminados sus estudios en el prestigioso Colegio Nacional de Concepción del Uruguay, se instaló en Buenos Aires donde comenzó su actividad periodística. Pronto, este flamante exponente literario que quedó en la historia con el seudónimo Fray Mocho, comenzó a escribir diálogos costumbristas, crónicas parlamentarias y policiales en varias publicaciones como “El Nacional”, “La Pampa”, “La Patria Argentina”, y las revistas “Fray Gerundio”, “El Ateneo”, “Caras y Caretas” (donde no sólo fue uno de sus fundadores, sino que también se convirtió en el primer editor).
"Esmeraldas", "Cuentos mundanos", "La vida de los ladrones célebres de Buenos Aires y sus maneras de robar", "Memorias de un vigilante" y "En el mar Austral" son algunos de los libros publicados por este escritor que cultivó el ensayo y la novela documental, entre otros géneros. Creó verdaderos retratos costumbristas y de época en tono humorística."Salero Criollo" encierra obras reunidas en un volumen después de su muerte, pero en realidad deben considerarse anteriores a los Cuentos pues abarca colaboraciones dispersas en distintos diarios de la época, fruto de su inquietud periodística, y aparecidas algunas con el seudónimo de "Nemesio Machuca"De "Salero Criollo" hoy les entrego una anécdota estudiantil que transcurre durante su vida de estudiante en el Colegio Nacional de Concepción del Uruguay: "El clac de Sarmiento"Comentario:Notabilísima esta pequeña obra del genial Fray Mocho. Noten ustedes que con un comienzo magistral nos introduce en la ambientación de "aquel legendario colegio", en las cabecitas de pícaros adolescentes, en la acartonada situación que significa la recepción a un presidente como Sarmiento. Luego, el relato es prácticamente cinematográfico por la agilidad narrativa y descriptiva con la que transcurre. Además, desde el principio uno intuye inevitablemente el tono socarrón, vigorosamente humorístico del texto. Y para coronar todo, los dos últimos párrafos no tienen desperdicio alguno. Hasta podríamos plantearnos si ya en aquel entonces existía ese tipo de periodismo mercenario o genuflexo que no dudaba en escribir tergirversaciones, interpretaciones caprichosas con tal de quedar bien con el gobernante de turno.Prof. Graciela SaavedraColaboración: Prof. Daniel Martínez
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