Don Fresquete, de María Elena Walsh
Un cuento de Doña María Elena, ideal para estos fríos días invernales.
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Había una vez un señor todo de nieve. Se llamaba Don Fresquete.¿Este señor blanco había caído de la luna? -No.¿Se había escapado de una heladería? -No, no, no.Simplemente, lo habían fabricado los chicos, durante toda la tarde, poniendo bolita de nieve sobre bolita de nieve.A las pocas horas, el montón de nieve se había convertido en Don Fresquete.Y los chicos lo festejaron, bailando a su alrededor. Como hacían mucho escándalo, una abuela se asomó a la puerta para ver qué pasaba.Y los chicos estaban cantando una canción que decía así:"Se ha marchado Don Fresquete a volar en barrilete."Como todo el mundo sabe, los señores de nieve suelen quedarse quietitos en su lugar.Como no tienen piernas, no saben caminar ni correr. Pero parece que Don Fresquete resultó ser un señor de nieve muy distinto.Muy sinvergüenza, sí señor.A la mañana siguiente, cuando los chicos se levantaron, corrieron a la ventana para decirle buenos días, pero... ¡Don Fresquete había desaparecido!En el suelo, escrito con un dedo sobre la nieve, había un mensaje que decía:"Se ha marchado Don Fresquete a volar en barrilete."Los chicos miraron hacia arriba y alcanzaron a ver, allá muy lejos, a Don Fresquete que volaba tan campante, prendido de la cola de un barrilete.De repente parecía un ángel y de repente parecía una nube gorda.¡Buen viaje, Don Fresquete! Retrato de María Elena Walsh, por Grete Stern.María Elena Walsh nació el 1.° de febrero de 1930 en la localidad bonaerense de Ramos Mejía. En ese entonces era una zona aún campestre, muy verde y apacible, rodeada de chacras y casas quintas. La estación de tren se había inaugurado en septiembre de 1858 y fue la primera parada ferroviaria instalada fuera de los límites de la actual Capital Federal. En 1923 ya se había electrificado el Ferrocarril Oeste en el tramo Once-Moreno, lo que permitía combinar con el subte hacia la Plaza de Mayo. El eslogan de esa época era: "Del subte al tren sin cambiar de andén". El desarrollo ferroviario era sinónimo de progreso.Su padre, Enrique Walsh, que era hijo de inmigrantes de origen irlandés, trabajaba como jefe de contaduría de la línea Sudoeste. Era viudo, con cuatro hijos adolescentes, casado en segundas nupcias con Lucía Elena Monsalvo, una argentina, amante de la naturaleza, hija de padre argentino y madre andaluza. Juntos tuvieron dos hijas, Susana, la mayor, y María Elena, cinco años menor. Vecina de la famosa fotógrafa Grete Stern, toda la familia vivía en un gran caserón con huerta, patios, gallinero, rosales, gatos, limoneros, naranjos y una higuera.Voy a contarles lo que habíaentonces en Ramos Mejía.Había olor a tía,veredas de ladrillo con pastitoy, tras la celosía,un viejo organillero con monito.Y había por los caminosmuchísimos fideos finos.Había un cielo enteropor donde navegaban las hamacasy leche que el lecherotraía, no en botella sino en vaca.Había lluvia en tinasy patios con ranitas adivinas,y una gallina cluecamirándonos con ojos de muñeca.Había a cada ratoun gato navegando en un zapato,y había en la cocinauna mamá jugando con harina.("Fideo fino", Álbum Juguemos en el Mundo II, 1969).La PlaplaFelipito Tacatún estaba haciendo los deberes. Inclinado sobre el cuaderno y sacando un poquito la lengua, escribía enruladas "emes", orejudas "eles" y elegantísimas "zetas".De pronto vio algo muy raro sobre el papel.-¿Qué es esto?, se preguntó Felipito, que era un poco miope, y se puso un par de anteojos.Una de las letras que había escrito se despatarraba toda y se ponía a caminar muy oronda por el cuaderno.Felipito no lo podía creer, y sin embargo era cierto: la letra, como una araña de tinta, patinaba muy contenta por la página.Felipito se puso otro par de anteojos para mirarla mejor.Cuando la hubo mirado bien, cerró el cuaderno asustado y oyó una vocecita que decía:-¡Ay!Volvió a abrir el cuaderno valientemente y se puso otro par de anteojos y ya van tres.Pegando la nariz al papel preguntó:-¿Quién es usted señorita?Y la letra caminadora contestó:-Soy una Plapla.-¿Una Plapla?, preguntó Felipito asustadísimo, ¿qué es eso?-¿No acabo de decirte? Una Plapla soy yo.-Pero la maestra nunca me dijo que existiera una letra llamada Plapla, y mucho menos que caminara por el cuaderno.-Ahora ya lo sabes. Has escrito una Plapla.-¿Y qué hago con la Plapla?-Mirarla.-Sí, la estoy mirando pero... ¿y después?-Después, nada.Y la Plapla siguió patinando sobre el cuaderno mientras cantaba un vals con su voz chiquita y de tinta.Al día siguiente, Felipito corrió a mostrarle el cuaderno a la maestra, gritando entusiasmado:-¡Señorita, mire la Plapla, mire la Plapla!La maestra creyó que Felipito se había vuelto loco.Pero no.Abrió el cuaderno, y allí estaba la Plapla bailando y patinando por la página y jugando a la rayuela con los renglones.Como podrán imaginarse, la Plapla causó mucho revuelo en el colegio.Ese día nadie estudió.Todo el mundo, por riguroso turno, desde el portero hasta los nenes de primer grado, se dedicaron a contemplar a la Plapla.Tan grande fue el bochinche y la falta de estudio, que desde ese día la Plapla no figura en el Abecedario.Cada vez que un chico, por casualidad, igual que Felipito, escribe una Plapla cantante y patinadora la maestra la guarda en una cajita y cuida muy bien de que nadie se entere.Qué le vamos a hacer, así es la vida.Las letras no han sido hechas para bailar, sino para quedarse quietas una al lado de la otra, ¿no?
