RELATOS INCONCLUSOS
“Lo que nos sostiene en la inquietud y en el esfuerzo de escribir es la certeza de que en la página queda algo que no ha sido dicho.” Cesare Pavese.
EL ASCENSOEn la estadía en aquel paraje una de las cosas que me sorprendió fue la variedad de la vegetación. Sé muy poco de árboles, de flora en general, así que escuchaba a Elisa con atención tratando de fijar los nombres y asociarlos a las formas. Nunca había visto o al menos no lo recordaba: sauces eléctricos. Incluso su nombre me despertaba una gran curiosidad o sorpresa. Cuando subimos a la sierra pude apreciar distintos verdes, el paisaje, el esplendor del otoño y el milagro de la naturaleza.Al pie de la sierra había acacias -según me dijeron- eucaliptos y algunos pinos que se veían. Habíamos atravesado para llegar a la sierra un pequeño bosquecillo de eucaliptos plateados o redondos, señaló Elisa que había tomado el rol de guía en el paseo y explicaba todo lo que su saber le permitía con intención didáctica.A medida que íbamos subiendo encontramos desniveles, algunos más pronunciados que otros. Por momentos debíamos casi trepar, agacharnos o hacer fuerza con el cuerpo hacia delante. A pesar del otoño, encontrábamos verde.Más arriba el piso estaba cubierto por una alfombra de hojas de eucalipto muy húmeda, había llovido hasta el día anterior. Hacía frío. La vegetación amortiguaba la velocidad con que soplaba el viento, el impacto con nuestros cuerpos era menor.Encontramos especies de terrazas, balcones de piedra. Las recorrimos, por momentos parecían cuevas, grutas naturales, escalonadas.La segunda vez que ascendimos a la sierra fuimos solos. En el camino nos abrimos hacia la derecha, por lo tanto el recorrido y la vista fueron otros.A mitad del ascenso nos sentamos a descansar en una roca y yo aproveché para tomar algunas notas. Nos encontrábamos en medio de la sierra con monte de vegetación autóctona. El paisaje era digno de ser contemplado.Miré alrededor y vi algunas raíces de árboles descubiertas de tierra. Los árboles no estaban alineados y el sol no pasaba, salvo en algunos resquicios, un pequeño rayo. Había un gran silencio, se escuchaba de vez en cuando algún pájaro. Y un fuerte olor a eucalipto lo inundaba todo. A mis pies; helechos isleros lucían aún gotas de rocío.Más arriba de la sierra la vegetación era más achaparrada, había menos árboles, se veían ahora plumerillos y caraguatás.Faltaba poco para la cima. El día anterior no habíamos llegado. La sierra era cada vez más rocosa y menos verde.Ya no sentíamos frío, había calentado nuestros cuerpos la actividad física. Eran poco más de las once de la mañana y el cielo estaba nuboso.Ya en la cima, la vegetación estaba a ras del suelo y la vista era panorámica. Se veía desde allí una arboleda desnuda semejante a un ramillete de espinas gigantes. En contrate, algunos verdes, repletos de hojas.Ubicados en una piedra nos tomamos una fotografía. No salió tan mal, a pesar de emplear el automático de la cámara. Me veo un poco despeinada entre la hierba que tapa mis piernas. A mi lado, Franco, se ve mejor más natural, delante de un cielo que ha comenzado a despejar.Hasta el viernes.Alejandra [email protected]
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