Tuky Carboni para el 112º Aniversario de “El Debate Pregón” Apreciaciones sobre el arte
Muchas veces, en exposiciones de pintura o fotografía, en salones de poemas ilustrados, o en conciertos, me he encontrado con personas que dicen, por ejemplo: “Me gusta (o no me gusta), pero yo no entiendo demasiado”.
Modestamente, creo que no hay nada que "entender". La captación de ese sentimiento inefable que nos genera la contemplación de un cuadro o una escultura, una serie de fotografías, la escucha de una música o la lectura de un poema, es un proceso subjetivo. Una evaluación subjetivísima que puede o no coincidir con el juicio (qué palabra tan inapropiada) que emita otro observador. Y esa respuesta única y personalísima es un derecho inalienable al que no debemos renunciar. En realidad, creo que, ni el más "entendido" en la materia debiera atreverse a decir: "Fulano es bueno; Mengano es malo"; porque ese es su criterio, muy legítimo, por cierto; pero puede no ser el de otra persona que esté contemplando la obra.Es probable que éste observador primero tenga más elementos técnicos que el otro, para analizar, por ejemplo, un cuadro; pero el otro puede tener actualizadas zonas de su psiquis que el primer observador desactivó hace tiempo (o que jamás fueron puestas a funcionar) y que, por fuerza, no los movilizarán de la misma manera ni con la misma intensidad. Me parece, y cada vez más, que el observador, aunque crea lo contrario, está perfectamente capacitado para saber si una obra le gusta o no le gusta, sin necesidad de que otro se lo explique. Es posible que desconfíe de su propia capacidad y pida a otra persona que le diga lo que debería sentir. Pero si se aguanta la tentación un momento, comprobará que nadie sabe más que él, para comprender el porqué de su aceptación o su rechazo. Porque cuando observamos algo, la aguja de nuestra brújula interior se inclina, en un sentido o en otro. De ahí deviene mi reticencia a incluir currículos para presentarme ante la gente. Sé que, si un autor no nos gusta, aunque tenga una lista impresionante de premios, seguirá sin gustarnos. Personalmente, a una obra de arte, le pido algo más que un mero deslumbramiento intelectual. Le pido que me haga involucrar en su contemplación, otras zonas del Ser. Por ejemplo: que me sirva de peldaño para alcanzar, dentro de mi totalidad como persona, algún retazo del espíritu; o bien, que movilice o acelere las corrientes de energía visceral que atraviesan mi cuerpo físico. Es decir, que me haga trascenderme, aunque sea por un brevísimo lapso. Siento gran respeto por toda expresión artística, por más burda que pueda parecer a la mirada de otro observador. Y no pocas discusiones he tenido al respecto; la gran mayoría de los intelectuales (yo no lo soy; más bien creo que soy una sensitiva), consideran que una obra debe alcanzar ciertos parámetros estéticos para poder apreciarla y valorarla. Yo creo que, por el contrario, cualquier expresión artística es ya, en sí misma, muy valiosa; porque se trata de un intento del yo por trascender la membrana que lo protege como un capullo o como un útero, para nacer ante los demás. Se trata, también de un acto de valentía y de fe: ("me expongo ante ti; tengo tanta confianza en ti, como para exhibir una zona de mí mismo que hasta ahora ha permanecido oculta"). Los elementos que un principiante elija para expresarse, si no son los más adecuados, se podrán después reemplazar por otros, a medida que se adelante el camino; pero, si en cuanto se asoma, enseguida le dan un palazo, probablemente no se anime a volver a trascender el umbral y quede confinado en sí mismo para siempre. Creo que hay que tener cuidado, sumo cuidado, a la hora de evaluar los trabajos de una persona que recién se inicia en el arte. Es posible que lo que nos muestra parezca elemental. Todos hemos empezado a desplazarnos por la disciplina artística que hemos elegido, desde una plataforma elemental. Eso se puede corregir. Se corrige, en el caso de la literatura, con el ejercicio; leyendo mucho, escribiendo mucho. Ensayando, tachando, volviendo a escribir. Y pienso que sucede lo mismo en las otras artes. Lo que no se puede fabricar, si no se lo tiene, es el deseo de expresión. Esa especie de inocencia existencial que nos hace confiar en que nuestro prójimo sentirá, al leerlo, escucharlo o mirarlo, la misma emoción que sintió el autor cuando lo creaba. Tampoco es cuestión de irse al otro extremo: envalentonarse y creer que, porque se escribió un poema o un cuento, ya se es escritor. Al escritor o al poeta, lo van construyendo, no los premios y galardones que recibe; sino cierta sensibilidad que ya se trae, como un don, más el trabajo incansable de observar, cuestionarse y desechar lo más obvio, para poder acceder a la Realidad que nuestro Ser capta. Y eso lleva tiempo; tiempo de maduración, de autocrítica, de resignar ciertas frases que nos parecieron geniales en su momento, pero que, con la frialdad del análisis en perspectiva, nos suenan demasiado a "frase hecha", a golpe bajo. En eso estamos de acuerdo casi todos los que transitamos las avenidas del arte; nadie escribe o pinta, o compone un trozo musical de una sola vez y para siempre. Hay que corregir cierta impulsividad que nos nubló el entendimiento del corazón, completar algo que no salió como queríamos, embellecer la mirada interior. Y eso sólo se puede lograr decantando el texto, la tela o las notas del pentagrama. Siempre se puede acortar la distancia que va desde lo que sentimos a lo que expresamos. Sin miedo; pero también sin arrogancia.Tuky CarboniNoviembre de 2013 -------------------------------------------(Por un error involuntario este último aporte no fue publicado en el Suplemento 112° Aniversario)
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