Pbro. Jorge H. Leiva
La esperanza de la castidad

En la década del 60 con la furia de la liberación sexual se decía “está prohibido prohibir” como si liberar las pasiones de la sexualidad fuera un camino de libertad sin ambigüedades y no un sendero de nuevas adicciones. Con el deseo de no tener tabúes se perdieron los principios como bien lo decía el psiquiatra español Enrique Rojas. Delante de esta visión el Pueblo de Dios siguió adhiriendo a la buena noticia de la castidad.
Dice la IA: “La virtud de la castidad se define como el dominio de sí mismo, la integración de la sexualidad en la persona y la unidad interior del ser humano, tanto en su dimensión corporal como espiritual. Implica ordenar los deseos sexuales hacia su fin natural y vivir la sexualidad de acuerdo con la verdad de la persona, respetando su dignidad y la de los demás”.
Hay esperanza en la virtud de la castidad: es que el ser humano gracias a su voluntad bien ilustrada por la verdad puede quedar libre de las satisfacciones inmediatas que lo atan y esto gracias a o una buena educación a través de la cual llega a dar “sentido” de modo progresivo a sus realidades más profundas (por ejemplo, esta de la condición psico- afetivo-sexual) y también gracias a la permanente conversión: como nuestra naturaleza está herida, siempre propende a los desórdenes toda nuestra existencia necesita ese “cambio de mentalidad” que es la conversión.
Junto a esas dimensiones está el maravilloso designio de la procreación: el Creador quiso que los seres humanos den vida a través del abrazo nupcial de un varón y una mujer que se comprometen a dar esa segunda forma de la vida que es la educación en el marco de la ternura y la conversión.
Es por eso que ese abrazo nupcial ha de ser preparado por ese tiempo de discernimiento que llamamos noviazgo a la luz de la maduración en la verdad, el mor entregado y los sentimientos elevados. Y como todos nacemos por fruto del encuentro entre varón y mujer y como todo ser que viene a este mundo goza de dignidad esencial a partir del primer instante de su concepción necesitamos del amor estable de papá y mamá para llegar experimentar esa dignidad de modo existencial. Todos precisamos, por tanto, de la educación integral en el seno de la familia: todo pajarito necesita un buen nido antes de volar.
¡Hoy, entonces, hace mucha falta esa esperanza que da la castidad, en orden al amor entregado!
Dice una copla popular: “En los vuelos de las nubes/ el zorzal ha percibido/ que es mejor cantar bien alto/brotando desde un buen nido”.
En nuestro tiempo hay demasiados abrazos infecundos y nidos vacíos de jóvenes que no se animan a engendrar hijos; hay demasiados chicas y muchachos que no se animan a volar del nido que los sobreprotege.
Como hay demasiadas ilusiones infundadas hoy los pueblos necesitan “artesanos de la esperanza” que viviendo la castidad en la entrega sabia y generosa permitan que nuevas generaciones eleven el vuelo de la alabanza y la alegría.
En el santoral hay pocos matrimonios santos: Joaquín y Ana, Isidro Labrador y su esposa María Toribia, Luis y Celia (los padres de santa Teresita) …y por supuesto José y María de Nazaret. Cabe señalar que hasta ahora no existen santos esposos canonizados de América.
¡Hay esperanza!
“Que es mejor cantar bien alto/brotando desde un buen nido”.