Pbro. Jorge H. Leiva
La esperanza y los rituales
Byung-Chul Han, el filósofo de origen coreano radicado en Alemania, asegura que los ritos, como acciones simbólicas, transmiten y representan aquellos valores y órdenes que mantienen cohesionada una comunidad. Generan una comunidad sin comunicación, mientras que lo que predomina hoy es una comunicación sin comunidad. De los rituales es constitutiva la percepción simbólica. El símbolo, palabra que viene del griego symbolon, significaba originalmente un signo de reconocimiento o una contraseña entre gente hospitalaria. Uno de los huéspedes rompe una tablilla de arcilla, se queda con una mitad y entrega la otra mitad al otro en señal de hospitalidad. De este modo, el símbolo sirve para reconocerse y para generar un proceso de «instalación en un hogar». Al ser una forma de reconocimiento, la percepción simbólica percibe lo duradero. De este modo el mundo es liberado de su contingencia y se le otorga una permanencia.
Pero –afirma el filósofo en su libro “La desaparición de los rituales”- el mundo sufre hoy una fuerte carestía de lo simbólico: Los datos y las informaciones carecen de toda fuerza simbólica, y por eso no permiten ningún reconocimiento. En el vacío simbólico se pierden aquellas imágenes y metáforas generadoras de sentido y fundadoras de comunidad que dan estabilidad a la vida.
Los rituales transforman el «estar en el mundo» en un «estar en casa». Hacen del mundo un lugar fiable pues son en el tiempo lo que una vivienda es en el espacio. Hacen habitable el tiempo. Es más, hacen que se pueda celebrar el tiempo igual que se festeja la instalación en una casa. Los ritos transforman el 'estar en el mundo' en un 'estar en casa' y hacen del mundo un lugar fiable.
En el marco ritual las cosas no se consumen ni se gastan, sino que se usan con elegancia y sustentabilidad. Por eso pueden llegar a hacerse antiguas. Las prácticas rituales se encargan de que tengamos un trato pulcro y que sintonicemos bien con la propia identidad personal y con las cosas de la casa comunitaria. Mientras que el uso consumista de las cosas incrementa la falsa autoestima narcisista, los rituales nos sanan y nos convierten en familia, comunidad, pueblo.
Agrego que junto a un ritual verdadero siempre hay un relato significativo de tal manera que lo dicho se representa de modo simbólico a cada persona en medio de una comunidad.
Este domingo celebraremos la fiesta del Cuerpo y la Sangre, es decir del ritual que instituyó Jesús de Nazaret para que hiciéramos constante memoria de su amor entregado y de su presencia como Resucitado.
Decía bellamente el difunto papa Francisco: “Si hubiésemos llegado a Jerusalén después de Pentecostés y hubiéramos sentido el deseo no sólo de tener noticias sobre Jesús de Nazaret, sino de volver a encontrarnos con Él, no habríamos tenido otra posibilidad que buscar a los suyos para escuchar sus palabras y ver sus gestos, más vivos que nunca. No habríamos tenido otra posibilidad de un verdadero encuentro con Él sino en la comunidad que celebra”.
Preguntémonos: ¿cómo devolver a los jóvenes la verdadera fiesta, los rituales populares religiosos y cotidianos que los acerquen al sentido de pertenencia a una identidad personal y popular? ¿Cómo restituir la paz con Dios, los hermanos y la creación celebrando la Vida verdadera?