Pbro. Jorge H. Leiva
Cenizas en nuestras cabezas
Recuerda que eres polvo en los caminos,/fugaz como reflejo de los ríos, recuerda que en las sombras hace frío,/recuerda que la muerte es tu destino.
Recuerda que eres siempre peregrino, recuerda que en tu alma hay desvaríos, tu vida es laberinto en el hastío,/ fugaz sombra de pájaros y trinos. Conviértete, que el polvo resucita;/transfórmate en el Dios Crucificado. Levántate del foso donde habitas./ El tiempo del invierno ya ha pasado. Despiértate del sueño en que dormitas,/reclínate en el pecho del Amado”.
Todos los años comenzamos la cuaresma con la recepción de las cenizas y las palabras “recuerda que eres polvo y que en polvo te convertirás”. Así le hemos hecho este miércoles pasado. Es el tiempo que en el rito latino destinamos a la preparación de la Pascua de la muerte y resurrección del Señor, tiempo especial de conversión, tiempo para renovar las promesas bautismales (los sacerdotes renovaremos solemnemente las promesas sacerdotales en la semana santa junto al obispo). Los 40 días simbolizan y recuerdan los 40 días en que Jesús ayunó y oró en el desierto rechazando las insidias del enemigo sobre todo con las Santas Escrituras.
Durante ese tiempo no se canta el gloria (salvo en la solemnidad de San José), ni el aleluya; los ornamentos del sacerdote son de color morado como signo de duelo y penitencia. En el cuarto domingo de cuaresma se puede usar el color rosado por la alegría de la Pascua que se acerca y el domingo de ramos se usa el color rojo por la pasión del Redentor.
La cuaresma es un tiempo que se rige por la luna: el domingo de pascua se celebra en la primera luna llena de nuestro otoño; alrededor de 40 días antes celebramos el miércoles de ceniza; es por eso que todos los años la fecha va cambiando. La práctica devocional que más realizamos es el vía crucis, el día miércoles de ceniza es día de ayuno y abstinencia de carnes rojas. Es un tiempo propicio para la lectura orante de la Biblia, los exámenes de conciencia y la confesión sacramental. El papa Francisco nos habla de la “autoreferencialidad” como un defecto de nuestro tiempo: tendemos a mirarnos a nosotros mismos, a buscar nuestra propia comodidad, a poner por encima de todas las cosas el precepto de “sentirme bien”.
La cuaresma nos enseña esta paradoja: para lograr la paz y la alegría elijo no ser yo el centro de referencia. A partir de hoy mi centro es el corazón de Jesús y desde ese centro mi centro son mis hermanos; es dando como se recibe, es olvidándome de mí como alcanzo el gozo. Ya sabe Dios Padre que tengo necesidades y deseos y Él no se olvida de eso: pero quiere en esta cuaresma hacerme entrar en la lógica benéfica del Hijo entregado. El será ahora mi referencia: para eso la Iglesia me ofrece el ayuno, la oración y la limosna como auténtico camino de liberación de mi propio egoísmo y de los apegos desordenados.