Columna
De promesas a desilusiones: el desafío de volver a creer

Compartimos una nota de opinión elaborada por estudiantes de cuarto año del profesorado de Ciencia Política a cargo del Prof. Federico Reynoso a cargo del taller de opinión pública y medios de comunicación.
Se puede decir que estamos frente a una nueva era en la que la política ha cambiado rotundamente. En esta “era digital”, la política sufre una transformación en varios aspectos que resultan inquietantes. Giuliano da Empoli, en su obra “Los ingenieros del caos”, apunta que nos encontramos con una nueva forma de pensar los medios digitales y como estos reconfiguran el escenario político contemporáneo. Por esto consideramos fundamental analizar de qué forma los personajes mediáticos y la inmediatez de las redes sociales están moldeando el debate político y la propia democracia. Algo que, desde la ficción, Black mirror, una de las series icónicas de una de las tantas plataformas de streaming hace más de una década ya anticipaba: Waldo, ese osito azul que trasciende la condición lúdica que le es impuesta para llegar a convertirse en un símbolo de la protesta popular y del desencanto ante las instituciones tradicionales. Quien hoy emerge más que nunca como un arquetipo complejo que invita a la reflexión.
En estos últimos años, muchas personas en nuestra ciudad y en todo el país han empezado a preguntarse si vale la pena seguir votando. Cada vez es más común escuchar frases como "todos prometen lo mismo y no cumplen" o "vote a quien vote, nada cambia". Esta desconfianza se traduce en datos: hay más votos en blanco, menos gente yendo a votar, y un apoyo creciente a figuras nuevas que no vienen de los partidos tradicionales. Podemos asignar un motivo a esta crisis de la representatividad: la fragmentación de las sociedades en distintas “tribus”, cada una con distintos intereses y necesidades, la mayor de las veces contrapuestos.
Este fenómeno no es exclusivo de los grandes centros urbanos ni de las capitales. En ciudades como la nuestra, donde “todos nos conocemos” y los problemas son muy concretos (la falta de empleo, los servicios que no mejoran, los sueldos que no alcanzan, etc.), la política tradicional parece cada vez más lejana. Muchos sienten que los dirigentes viven en otra realidad, mientras la vida cotidiana se hace más difícil.
En este escenario aparecen nuevos tipos de figuras públicas: personas que no vienen de la política, pero que dicen lo que muchos piensan. Hablan sin filtro, critican a todos por igual, se muestran "como uno más" y aprovechan las redes sociales para ganar apoyo. Su fuerza no está en las propuestas concretas, sino en saber canalizar el enojo de la gente. No ofrecen soluciones claras, pero dicen lo que otros no se animan. Esto hoy parece suficiente para ganar votos. Sin embargo, estos votos no favorecen a la democracia, ya que este odio generado hacia la política no hace más que se pierda la esencia de la democracia y la elección racional.

Este cambio en la forma de hacer política tiene mucho que ver con el modo en que consumimos información. Las redes sociales y los medios digitales (apalancados en los algoritmos) generan que lo que más se comparte sea lo que genera reacciones más rápidas: un grito, un chiste, una frase provocadora. Ya no importa el contenido de fondo, sino el impacto que cause. En este punto, se vuelve muy actual la frase atribuida a Mark Twain: “Una mentira puede viajar por todo el mundo mientras la verdad aún se está poniendo los zapatos”. Hoy esa afirmación tiene incluso respaldo científico: diversos estudios sobre la difusión de la información en redes sociales muestran que las noticias falsas se comparten más rápido y llegan más lejos que las verdaderas. En ese contexto, quienes hablan con calma o con datos quedan en segundo plano. La bronca se vuelve protagonista, ha sido utilizada para fomentar discursos de odio, donde solo vemos a los candidatos hablar mal e intentar desacreditar la propuesta de otros candidatos. Entonces, el odio se vuelve la forma común de hacer política. ¿Y adónde conduce esta lógica?
Una historia que sirve para pensar esto es la del personaje Waldo, un dibujo animado que empieza como una broma en un programa de televisión y que, con el tiempo, gana apoyo para postularse como candidato. No tiene ideas ni propuestas. La gente lo sigue porque se sienten representados en su enojo. Aunque parezca exagerado, esa ficción se parece mucho a lo que vemos hoy. Personajes que provienen del ámbito de los entretenimientos, pero terminan compitiendo en serio por lugares de poder.
La reacción de los políticos tradicionales frente a estos nuevos protagonistas es muchas veces equivocada: los subestiman, se burlan o los ignoran. Pero esa actitud solo alimenta más el enojo y refuerza la idea de que están desconectados de la realidad. Mientras algunos explican con tecnicismos, otros conectan desde la emoción. En épocas de bronca, eso marca la diferencia.
En nuestra provincia, también en nuestra ciudad, es cada vez más común que en las elecciones haya menos participación y más desinterés. Incluso muchas personas jóvenes no sienten que tengan un espacio real para opinar o participar.
Otro problema es la velocidad con la que hoy se quiere conseguir todo, se buscan soluciones rápidas a problemas que llevan décadas. Cuando alguien aparece diciendo que puede arreglar todo "de una", sin explicar cómo, muchos lo creen porque están cansados de esperar. Pero eso trae riesgos: gobernar es algo complejo, requiere tiempo, acuerdos, y muchas veces decisiones difíciles que no dan resultados inmediatos.
La política no debería ser solo un espectáculo, necesitamos volver a pensarla como una herramienta para mejorar la vida de las personas. Para eso, hay que recuperar el diálogo, la escucha, la participación. Y eso no se logra con promesas vacías ni con insultos; sino con compromiso, transparencia y propuestas concretas.
No se trata de volver al pasado, sino de construir algo nuevo con lo que ya aprendimos, de modernizar sin perder profundidad, de usar las redes no solo para gritar; sino para informar, debatir y construir comunidad. La política debe recuperar su razón de ser.
El mensaje es claro: si los partidos tradicionales no cambian, si no hablan con un lenguaje genuino y cercano, la gente seguirá buscando alternativas. Esas alternativas pueden ser muchas cosas: algunas valiosas, pero otras demasiado peligrosas. Y las implicancias de esto último no debe soslayarse: la democracia no se pierde de golpe, a veces se pierde en el silencio, en la apatía, en dejar de creer que las cosas pueden cambiar.
La decisión, como siempre, está en manos de cada ciudadano. Pero para que podamos decidir racionalmente, necesitamos información clara, espacios de debate real y dirigentes que estén a la altura de los tiempos que vivimos. Porque si la política se convierte solo en entretenimiento, todos terminaremos pagando angustiosamente los costos de un show que debe continuar.
En esta era marcada por la violencia, el odio y la hiperconectividad, invitamos a reflexionar sobre la precariedad del debate político. Es imprescindible, que tanto los ciudadanos como los actores políticos recuperen una dimensión basada en la profundidad, el conocimiento y la responsabilidad. Solo así podremos transformar el potencial que poseen las redes sociales en una herramienta de emancipación; no en un instrumento que favorezca la perpetuación del caos y la manipulación.
CAPURRO, Maira, CHAPARRO, Francisco, FRISEL, Jerónimo, GOROCITO, Ayrton, REPETTO, Carolina y ZAPATA, Ludmila