Pbro. Jorge H. Leiva
La esperanza y la “religión de las finanzas”
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Es probable que vivamos en un mundo muy religioso, pero, sin que nos demos cuenta y que en vez de rendir culto religioso al verdadero Dios estemos honrando (o quizá adorando) de manera idolátrica a un falso dios que es el capitalismo consumista. Así lo afirmaba un pensador marxista alemán del siglo XX llamado Walter Benjamin.
Él decía que ese culto no tiene dogmas pues a diferencia de otras religiones, el capitalismo
no se basa en creencias específicas, sino en un culto constante a la acumulación y al
consumo, donde la existencia misma se convierte en un acto de reverencia hacia el sistema.
Cuando los católicos rezamos religiosamente el “padre nuestro” -agrego yo- creemos en el
perdón de las deudas; en cambio el capitalismo-decía este pensador- genera una sensación
de deuda y culpa constante, donde el fracaso individual se interpreta como una falla
personal, sin posibilidad de expiación o redención.
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Además, a diferencia de las religiones tradicionales, el capitalismo no ofrece una promesa
de salvación o liberación, sino que perpetúa un ciclo de trabajo, consumo y deuda. El
capitalismo, según este pensador, tiene entonces, una “ambigüedad demoníaca” ya que, por
un lado, promete la felicidad y el progreso y por otro, genera sufrimiento y alienación,
produciendo preocupaciones que son como enfermedades del espíritu que se manifiestan en
la culpa y que tienden a excluir a los que no tienen éxito.
En este sistema- pienso yo- el que es “indigente” es culpablemente pobre pues pareciera
que no hizo méritos para vivir con dignidad existencial y que no fue predestinado a la
“salvación” que dan las finanzas y el consumo.
Benjamin propone una reflexión sobre cómo el dinero ha creado su propio mito, sus
“rituales” y sus templos. Sin darnos cuenta quizá -agrego yo- los nuevos “lugares sagrados”
sean hoy los edificios de los bancos, los estadios deportivos, los hiper-mercados o las casas
de la timba. Tal vez el mismo celular funcione en nuestros cerebros de hombre de las
cavernas como “templo”, es decir como “lugar de salvación”.
Añado yo que en muchos centros de estudios existen una especie de “catequistas a sueldo”
funcionales a esta religión, discípulos y misioneros del consumo que desde sofisticadas
cátedras de universidades y medios de comunicación de masas se vuelven funcionales a las
finanzas sin rostro y sin corazón, mano de obra barata de las grandes e injustas
acumulaciones de dinero.
En esa “religión” siempre los “sacerdotes son remunerados” porque no existe la gratuidad y
porque está prohibida: no sea que nazca la verdadera alegría que es la de amar sin consumir
compulsivamente.
Escribía para los amigos un desprolijo cantor de milongas días pasados: “El supermercado
es templo/Y el banco es la catedral/ Donde un sumo sacerdote/Es gerente general/En ese
culto hay deudores/ Que nunca podrán pagar/Religión sin indulgencia/No encuentra la
gratuidad”.
Este domingo en nuestras parroquias católicas oiremos esta sentencia: “La vida de un
hombre no está asegurada por sus riquezas”. ¡Nada más sabio para este tiempo en que
queremos adherir a la esperanza que no defrauda!