Pbro. Jorge H. Leiva
La Pascua y los pastores
Comienzo esta columna con una observación culinaria, económica e histórica: En las zonas semidesérticas de Medio Oriente, siempre fue valorada la carne de los corderos para las fiestas populares, familiares y para los sacrificios religiosos.
Pero en aquellos pagos no era posible que sobreviviera un rebaño sin cuidadores: las ovejas no podían subsistir si nadie las protegía de los ladrones y de los incontrolables lobos salvajes.
A esos cuidadores se los llamaba “pastores”. Por el contrario, nosotros estamos acostumbrados en nuestros campos entrerrianos a ver grandes majadas “contenidas” sólo por el alambrado de los potreros, ya que casi podríamos decir, nos sobra la tierra porque somos pocos y el Creador nos regala una parcela inmensa.
Dicen los que saben que los pastores en Medio Oriente eran gente desprestigiada dado que la ausencia de los modernos alambrados hacía que, frecuentemente, los impacientes agricultores sufrieran y se enojaran con ellos porque las ovejas se precipitaban hacia sus sembrados. Otro dato interesante es que, llegado el atardecer, los pastores dejaban sus distintos rebaños en lugares comunitarios. Mientras que por la noche los animales se mezclaban, al amanecer cada oveja seguía la voz de su pastor porque sabía que éste la iba a proteger, conducir a aguadas y llevar a buenos pastos. Tanto es así que las ovejitas conocían la voz de su pastor y estos las “llamaban con un nombre”, como sucede hoy también con las mascotas de la post modernidad. Dicen también los especialistas que cuando una oveja no se acostumbraba a caminar en su redil, el pastor la ponía sobre sus hombros para que conociera el olor de quien la iba a cuidar.
En este punto de esta columna se darán cuenta los abnegados lectores de la importancia que tiene para el mundo de los creyentes católicos el arquetipo del Buen Pastor, tan repetido en la literatura de la Santa Escritura. Los católicos celebramos este domingo la jornada del Buen Pastor, dando libre cauce a ese sueño que tenemos todos: necesitamos un “Poder Personal” que nos llame por nuestro nombre, que nos haga conocer su aroma, que nos lleve al alimento y a las aguadas y precisamos también tener la sensación de caminar juntos hacia el redil (en sínodo) para liberarnos así de la terrible sensación que deja el aislamiento.
Por otro lado, este domingo damos libre curso al santo deseo que tienen niños y jóvenes de encontrar personas que los hagan sentir encaminados a “praderas cubiertas de verdor” para tener cierta seguridad y para descubrir, a su vez, la vocación de servicio. Y aquí pienso en los padres y abuelos de familias, en los políticos y dirigentes de la economía y las finanzas, los docentes, los catequistas, entre tantos otros.
Y pienso también en los ministros ordenados (sobre todo en los curitas de aldeas) a los que les tiene que sobrar el “olor a ovejas”, como lo dice nuestro pastor en la tierra, el papa Francisco. ¡Ah! Y, por supuesto, a estas alturas de mi modesto escrito tengo que exhortar a mis pacientes lectores a que se pregunten en este año de las vocaciones que nos sugiere vivir el Obispo, nuestro pastor diocesano: ¿A quién tengo que cuidar yo como buen pastor? ¿Cuál es mi vocación de servicio específica? ¿Cómo tengo que colaborar con las nuevas generaciones para que se ocupen de “pastorear frágiles hermanos”, dado que sin el cuidado fraterno pueden morir? Pero también en este día hemos de darnos cuenta de que, así como a algunos mezquinos agricultores les molestaba que existieran pastores, nos encontraremos en la vida con gente a la que le irrita nuestra misión: frente a ello no quedará otra alternativa que asumir nuestra existencia legítimamente contracorriente, luego de haber experimentado la gracia de estar, humildemente, en el aprisco de la verdad, la belleza y el bien.