Pbro. Jorge H. Leiva
Mama Antula
El año que viene será declarada santa la llamada “Mama Antula”: María Antonia de Paz y Figueroa (1730-1799), Madre de la Patria y formadora de los próceres de Mayo de 1810.
En los albores de la Patria -cuando aún el territorio formaba parte del virreinato del Perú- una mujer laica, vestida con ropa de varón (un hábito jesuita), puso en valor la dignidad femenina, en épocas en las que las mujeres vivían para ser madres o para ser monjas, no leían ni escribían y les estaba vedada toda actuación social independiente respecto de un hombre.
La beata desafió así las convenciones de la sociedad colonial y tuvo una influencia crucial y postrera en el clima independentista de mayo de 1810. La expulsión de los Jesuitas de América, en 1767, fue el contexto histórico en el que María Antonia sobresalió.
Nacida en 1730 de una noble familia oriunda de Santiago del Estero –la “madre de ciudades” desde 1553-, hablaba quechua y evangelizaba a las comunidades originarias junto con los miembros de la Compañía de Jesús, antes de su expulsión. De hecho, fueron los quechuas quienes la bautizaron “Mama Antula”, diminutivo de Madre Antonia.
Mama Antula era una mujer audaz. Recorrió a pie casi 5.000 kilómetros por el virreinato del Perú -en las actuales provincias de Santiago del Estero, Tucumán, Salta, Jujuy, Catamarca, La Rioja y Córdoba-, y cuando Buenos Aires pasó a ser el centro del virreinato del Río de la Plata se instaló en las costas porteñas, donde “puso de moda” los ejercicios espirituales ignacianos y construyó uno de los edificios más antiguos de la ciudad: la Santa Casa de Ejercicios (1784), aún en funcionamiento, manteniendo vivo el legado de la Compañía de Jesús mediante la realización de los retiros de su fundador, San Ignacio de Loyola. Acusada de loca y de bruja, el peso histórico de Mama Antula en los sucesos independentistas de la Argentina quizá haya sido más importante que el religioso, aunque ahora se encuentre olvidado.
Es considerada una Madre de la Patria: de las multitudinarias tandas de ejercicios espirituales realizados por ella en la Santa Casa, participaron varios próceres de la independencia, como Manuel Belgrano, Miguel de Azcuénaga y hasta el Virrey Santiago de Liniers, según constaba en archivos guardados en 6 cajas que iban a ser remitidas a la Santa Sede, y que fueron perdidas luego del ataque durante el que incendió la Curia de Buenos Aires en junio de 1955.
No es capricho llamarla “mujer fuerte”: mientras ella vivía, se editó en Europa un librito con su correspondencia con los jesuitas expulsados en Europa, llamado “El estandarte de la mujer fuerte”. A esas cartas, llenas de alusiones históricas -como la dedicada a la revuelta de Tupac Amaru en Cuzco-, los filólogos la consideran la primera literatura originaria del Río de la Plata. Su tarea implicaba un fuerte impacto social: protegía a las mujeres sin casa y albergaba a los niños abandonados, alimentándolos, vistiéndolos, dándoles un hogar y bautizándolos con el apellido “San José”.
Estamos en el año de las vocaciones: quizá sea tiempo en que desde la educación familiar, estatal, la de los medios de comunicación e internet rescatemos junto con los héroes del pueblo la memoria de nuestros santos que también hicieron la patria ya que sembraron el profundo humanismo que da cimiento a la construcción de nuestra cultura. No se trata de imponer la fe católica que la beata Antula profesaba, sino de proponer los valores del humanismo cristiano que ella encarnaba en su sacrificada vida de servidora. En nuestro tiempo se habla mucho de la corrupción y de los corruptos: y está bien que así sea. Pero por eso mismo es hora que propongamos con más entusiasmo la imagen de nuestros queridos santos que dieron-junto con los héroes, los héroes, los estadistas, los pensadores- identidad a nuestras queridas y sufridas “provincias unidas del sur” como decimos con emoción cuando cantamos el himno.