Palabra que limpia
Había una vez un monje joven que se presentó ante su anciano maestro para decirle que iba a abandonar la lectura de los libros sagrados porque, luego de leer, no le quedaba nada en la memoria
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Entonces, el anciano le dijo al muchacho que tomara una canasta, que fuera hasta el río y que trajera agua para el pequeño monasterio. Como era bien sabido, la canasta perdía el agua en el recorrido que iba desde el torrente hasta las celdas monásticas.
El joven era obediente y repitió varias veces la maniobra, pero luego, al comprobar que no llegaba nada del agua que juntaba, protestó irritado ante el anciano diciendo: “Usted me está cargando, no se logra traer agua con ese recipiente”. El sabio respondió: “No llega agua hasta el monasterio, pero la canasta se va limpiando paulatinamente”. Y fue así como el joven decidió seguir leyendo, para que la Palabra “pase” por su corazón y lo vaya purificando, aunque no “quedara nada” en la memoria, al menos por el momento.
En el mundo de la “rapidación”, donde pareciera no haber tiempo para detenerse y demorarse en la lectura y la escucha lenta y serena de la Escritura, necesitamos dejarnos educar por el silencio y “el Espíritu que habla en las Iglesias”. Es más; todo el mundo necesita la purificación con palabras que sean portadoras de la verdad y de la belleza que preparan el diálogo y que evitan la guerra: lo necesita la familia, la política, el ámbito de la producción y de las finanzas, de la educación y del servicio a la salud. Por eso es que cada mañana necesitamos -como el monjecito del cuento- ir a buscar aguas, aunque se pierdan luego en el camino de la jornada.
De esta manera, lentamente se purificarán las intenciones para que cada uno pueda salir al encuentro del otro, porque en un tiempo de tantas grietas, la Palabra que “pasa por las almas” puede garantizarnos el encuentro. Por otro lado, en este mes de septiembre se celebra el mes de la Biblia, dado que el santoral recuerda la muerte de San Jerónimo, que ocurrió el 30 de septiembre del año 420.
El santo tradujo la Biblia del griego y el hebreo al latín. Y ciertamente, en Argentina es providencial que celebremos el mes de la Biblia con el firme propósito de leerla, escucharla, celebrarla en la Liturgia y vivirla en la vida diaria, a través de la amorosa lucha por la fraternidad y la justicia. Además, este año el lema propuesto por el Departamento Nacional de Animación y Pastoral Bíblica es “Y vio Dios que era muy bueno” y se hace hincapié en la ecología y el respeto y valoración de la vida. No nos desanimemos, entonces, al leer en casa la Biblia y al escucharla en el templo parroquial. Que no nos pase como al monjecito de mi cuento.