Pensamientos catastróficos.
Las patologías relacionadas con la ansiedad y la depresión cursan casi siempre con un importante grado de pensamiento catastrófico. En otras palabras, los pacientes suelen pensar, imaginar y creer en los peores desenlaces a sus problemas y dudas, fantaseando muchas veces con escenarios trágicos de sucesos que casi nunca suceden ni a ellos, ni a la mayoría de las personas.
Una persona con trastorno de pánico suele pensar que sus latidos cardíacos fuertes conducirán a un infarto o que sus dolores de cabeza son el inicio de un accidente cerebrovascular.Un hombre con trastorno de ansiedad generalizada habla por teléfono con su esposa quien le cuenta que está por tomar un colectivo junto con los hijos; el hombre piensa que alguno de los niños puede caer debajo de las ruedas del colectivo y morir.Una persona con depresión cree que su familia no lo quiere, imagina que en algunos años terminará abandonado, solo y morirá enfermo en algún asilo público para personas indigentes.Éstos son sólo algunos ejemplos que representan al caso típico de catastrofismo, no sólo por el escenario trágico que el paciente tiene en su consciencia sino muy importante, porque el hecho temido nunca le ha sucedido y porque las probabilidades de que le suceda son ínfimas. No obstante, la persona no puede dejar de pensarlo, con el consiguiente sufrimiento que ello provoca. En primera instancia, millones de años de evolución han dejado en el cerebro humano marcas indelebles, entre las cuales se destaca una facilidad incrementada para reaccionar con miedo ante la ambigüedad y la incertidumbre. Pensemos en un organismo que viviendo en un ambiente primitivo, en un entorno natural como un bosque o selva, escucha un sonido atípico entre los árboles. El reaccionar con una respuesta defensiva como el miedo facilitaría su supervivencia ante la posible presencia de un predador; opuestamente, una reacción "optimista" tal como continuar adelante sin alertarse podría llevarlo a la muerte. Vale decir, en el ambiente arcaico que ha estado presente durante los millones de años de evolución de la vida, el miedo resulta ser una adaptación crítica sin la cual no se sobrevive, motivo por el cual hoy nosotros mostramos esta facilidad incrementada para reaccionar defensivamente ante lo incierto. Ahora bien, sucede que la reacción de miedo implica varios planos y sistemas de respuestas, entre los cuales se encuentra el cognoscitivo. Desde esta teoría cognitiva conductual decimos que a esto llamamos catastrofismo. De este modo, pensar en los peores desenlaces posibles facilita la adaptación a un ambiente objetivamente más hostil, donde los peligros resultaban efectivamente más frecuentes que en nuestros entornos modernos; opuestamente, ser positivos y optimistas conllevaba el riesgo de no reaccionar en tiempo y forma a una amenaza que de ser real, nos dejaba fuera de la cadena evolutiva. Claramente, todo esto ha cambiado en los entornos modernos y civilizados en los cuales nos movemos la mayoría de los humanos actuales, no obstante, las reacciones primitivas continúan en nuestro cerebro profundo, reliquias de nuestro pasado primitivo.En algunos casos, la persona que tiene un pensamiento catastrófico no sólo reacciona emocionalmente con ansiedad, como proceso involuntario, sino que también se dice o hace conductas orientadas a reducir esa ansiedad sin cuestionar la veracidad del pensamiento catastrófico. De alguna manera actúa bajo el influjo de que lo que piensa es cierto, simplemente porque lo piensa. Esto, definitivamente, es un error. El tener una imagen mental frecuentemente en mi consciencia no hace que el hecho descripto por esa imagen sea objetivamente más probable. Uno de los ejemplos más característicos lo encontramos en los pacientes que padecen ansiedad antes la salud; quienes ante una mínima molestia abdominal, creen que tienen un tumor maligno. El pensar en el tumor, el imaginar el diagnóstico y tratamiento de una enfermedad como el cáncer no aumenta la probabilidad de padecerlo. Generalmente, estos pacientes, bajo el influjo de un miedo disparado irracionalmente, en ausencia completa de evidencias, acuden reiteradas veces al médico para que los tranquilice. De este modo, las consultas innecesarias al médico se tornan en conductas de reaseguro que impiden un proceso simple de comprobación que a la larga llevaría a la extinción del miedo, esto es, que lo que se pensó, simplemente no sucede.Nuestro cerebro estima subjetivamente la probabilidad de un suceso de acuerdo con dos tipos de análisis. Uno es el que sigue pautas lógicas y racionales, como por ejemplo, las que se deducen de una estadística acerca de que el avión es el medio de transporte más seguro de todos. Sin embargo, también hay una estimación de la probabilidad basada en las veces en que hemos pensado en cierto hecho, cuanto más lo pensamos, más probable lo sentimos; independientemente del conocimiento objetivo con el cual contamos. Y es por este motivo que quienes padecen fobia a volar tienen la sensación de que el avión se estrellará, porque simplemente lo han pensado infinidad de veces. Esto es lo que llamamos probabilidad heurística o subjetiva, un proceso que podríamos resumir diciendo que en algunas ocasiones, cuando pensamos frecuentemente algo, terminamos por no distinguir cuánto de ello es objetivamente cierto y cuánto lo hemos inventado nosotros. Si por una parte todos compartimos una tendencia biológica y evolutivamente facilitada a reaccionar con ansiedad, sí existen diferencias individuales en lo que hemos heredado, en lo que aprendimos durante los años críticos de la infancia y en cómo afrontamos las cogniciones catastróficas una vez presentadas.Particularmente, en relación con el último tópico, los procedimientos de la Terapia Cognitivo Conductual nos enseñan que debemos discutir y combatir los pensamientos catastróficos sobre la base de su evidencia, procurando no efectuar conductas de reaseguro que nos tranquilizan momentáneamente pero que a largo plazo, perpetúan el problema.Comentarios en Psicoterapia cognitivo-conductual. Centro de Psicología cognitivo conductual.
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