leiva
La esperanza de la paz
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Una vez más la humanidad se estremece ante la posibilidad de otra guerra con dimensiones que pueden llegar a ser apocalípticas. O quizá: ya estamos viviendo la tercera guerra de a pedazos como decía el papa Francisco (Q.E.P.D.)
Viene a nuestra mente la tragedia que relata el génesis cuando Caín mató a su hermano Abel. En este sentido J. L. Borges cuando al final de la Guerra de Malvinas hablaba de los dos soldados que pudieron haber sido amigos-López y Ward, argentino e inglés- decía: “Hubieran sido amigos, pero se vieron/una sola vez cara a cara, en unas/islas demasiado famosas, y cada/uno de los dos fue Caín,/y cada uno, Abel”.
Dice el Catecismo: “La Escritura, en el relato de la muerte de Abel a manos de su hermano Caín, revela, desde los comienzos de la historia humana, la presencia en el hombre de la ira y la codicia, consecuencias del pecado original. El hombre se convirtió en el enemigo de sus semejantes. Dios manifiesta la maldad de este fratricidio: “¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo. Pues bien: maldito seas, lejos de este suelo que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano”. Ciertamente, reconoce ese mismo texto, es necesaria la “legítima defensa”: “La legítima autoridad pública tiene el derecho y el deber de aplicar penas proporcionadas a la gravedad del delito.
Pero el Rabí Jesús de Nazaret- de quien celebramos 2025 años de su Navidad-declaró feliz a quien trabaja por la paz con la certeza de que es realmente un hijo de Dios, asemejándose a Él que fue feliz en esa tarea. La paz era para Jesús un don del cielo y una tarea de cada uno; Él sabía-además- que, para trabajar por la paz exterior, es necesario tener paz en el corazón, paz con el Cielo, con los hermanos, con la creación.
Él sabía que esa paz requiere una pedagogía de la reconciliación y del perdón, diciendo no a la venganza, reconociendo las propias culpas, y buscando el bien por encima de la indiferencia. Por ejemplo, ante el brutal asesinato del joven activista estadounidense Charly Kirk su esposa reaccionó perdonando, como buena católica que es: esa joven viuda nos dio un bello testimonio de lo que significa trabajar la paz en medio del dolor.
Por eso es urgente que hoy las familias, los colegios, las asociaciones intermedias y las distintas comunidades religiosas sean educadores en la paz sabiendo que implica desactivar los misiles del egoísmo y la injusticia, oponiéndose a la falsa paz que se construye sobre la violencia: queremos la paz de los templos no la de los cementerios, queremos el poder del amor y no el amor al poder. Para eso es necesaria una buena educación que desarme las razones de la violencia y también una permanente y libre conversión de nuestra naturaleza herida.
Cristo es nuestra paz y las heridas que nos vuelven violentos sólo se sanan en el amor incondicional de su Corazón.
Por último, recordemos lo que afirmó León XIV al comienzo de su pontificado: “Somos discípulos de Cristo. Cristo nos precede. El mundo necesita su luz. La humanidad lo necesita como puente para ser alcanzada por Dios y por su amor. Ayúdennos también ustedes, luego ayúdense unos a otros a construir puentes, con el diálogo, con el encuentro, uniéndonos todos para ser un solo pueblo siempre en paz”.
Cerca de la fiesta de san Francisco de Asís digamos la bella oración de la tradición franciscana: “Señor, haz de mí un instrumento de tu paz”.
Y agrego yo; “Señor, presérvame de tener los sentimientos de Caín”.